Hasta en Miami

22 julio 2024 10:30 pm

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Lisandro Duque Naranjo

Cuando empezó la oleada migratoria irregular colombiana hacia Miami, en los años 60, muchos contemporáneos míos de mi pueblo alzaron vuelo. La travesía clásica por entonces era por Las Bahamas: allí se sumaban a un grupo de temerarios y, en una lancha pirata, envolvían sus cuerpos en plástico, como momias –para que los documentos y la plata no se les mojaran–, y zarpaban hacia las costas de la Florida para llegar de noche. Llevaban una muda de ropa envuelta en plástico, y hacían el viaje calladitos y rezando para que los guardacostas americanos no los detectaran. Cuando llegaban, completaban el kilómetro final nadando. Un amigo mío se enamoró de un edificio de Miami Beach que logró ver desde sus ojos rojos, mientras cumplía sus brazadas finales –esa vez conoció el mar–, y unos años después, ya organizado, compró un apartamento en él. El American Dream, que llaman.

Al regresar al pueblo hablaban de las costumbres cívicas aprendidas y, sobre todo, de lo severa que era la policía americana. “Allá no puede uno mamarles gallo, porque ahí mismo lo esposan”. Y hasta más, según recuerda uno la estrangulada que le pegaron a George Floyd.

Hoy en día, los colombianos van a Miami como si se tratara de Girardot, y sería imposible armar una trama tipo Paraíso Travel o Visa USA. Hace poco exhibí esta película en un colegio, y un muchacho me dijo: “¡hombre, se hubiera ido por Turbo!”. El drama migratorio es masivo y familiar: africanos cruzando el Mediterráneo en pateras –probablemente naufragando y ahogándose–, o ciudadanos de otros países echando por la selva del Darién, insalubre y espesa. En el siglo de las grandes ciudades, la vorágine se expandió por todo el planeta. Y algunos regresan con camisetas de lugares otrora exóticos: Calcuta, Nueva Zelanda, Dubai. Casi diría que ahora lo insólito serían París, Florencia, Berlín.

Con motivo de la Copa América, a los colombianos –“una minoría de miles no representativa del país”–, afectados por la patología del fútbol, se les alteró la conducta, primero en Charlotte, donde hostilizaron a las familias del equipo al que acababan de derrotar, Uruguay, sin importarles que hubiera niños, a los que traumatizaron, supongo que haciéndoles coger pánico al fútbol en general, o por lo menos a eso que llaman “la tricolor”. Después, en la final contra Argentina, y mucho antes del partido, que por fortuna perdieron porque de resto Miami hubiera quedado como después del Huracán Andrew, atacaron en masa dejando una parte del estadio semidestruida. Aquello fue una demencia como de las hordas de Atila o de Erik el Rojo, papel que cumplieron decorosamente Jesurún y su hijo, un par de gigantes que la emprendieron contra una mujer policía intentando estrangularla. Obvio que al patriarca futbolero le encarcelaron y lo vistieron para la ocasión con un traje del mismo color de su pelo. A lo que quería llegar era a que la selección ha sido un germen muy activo en propiciar las actitudes más enfermizas de los colombianos. Fenómeno clínico digno de interés para las ciencias de la mente.

MinHacienda: Ricardo Bonilla siempre ha sido un ciudadano intachable y un profesional óptimo en economía, lo que lo hace odioso para la oligarquía de los medios. Saldrá airoso de esta conspiración canalla. Lo verán.

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