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Las habilidades lingüísticas son cuatro: leer, escribir, hablar y escuchar, y la única que se promociona es la lectura porque a) los estados se avergüenzan de que después de muchos años de educación los estudiantes lean mal, y b) a las editoriales les preocupa que la gente compre pocos libros. Le siguen muy atrás escribir y hablar, operaciones sobre las que se ofrecen algunos cursos y talleres privados, pero no son materias de las políticas de Estado.
Sobre el arte de escuchar nadie habla. Ni siquiera hay un sustantivo para nombrar a la persona que cultiva esta habilidad, como sí lo tienen las otras habilidades: escritor, lector, orador, conferencista, ponente.
Si tenemos en cuenta que todos necesitamos conversar y que solo unos pocos son escritores o conferencistas, la conversación debería ser una materia del pénsum y su gramática podría ser algo así:
- Si ponen sobre la mesa el tema de su especialidad, no les aseste una conferencia. Deles algunos datos básicos y haga una pausa. Amplíe la información inicial solo si se la piden. Las intervenciones largas quiebran el ritmo de la conversación. Si usted no puede exponer su idea en un minuto, pídales el mail y mándeles ese ensayo suyo del que está tan orgulloso.
- Cuando le pregunten cómo está, responda «bien, gracias», no le vacíe al pobre sujeto su historia clínica.
- La regla del mudo. Hay personas que hablan muy poco. Cuando el mudo interviene, todo el mundo debe callar. Puede ser la última oportunidad de escucharlo. El mudo es el único que piensa para hablar. Los demás expelemos un amplio repertorio de «pregrabados».
- Nunca interrumpa a una persona que empieza una historia o una argumentación. Excepción: interrumpir al parlanchín que vive extasiado con el sonido de su propia voz es un deber cívico y una bondad social.
- No invite cuentachistes a sus reuniones. Invite músicos solo si sus invitados saben escuchar.
- Si lo invitan a una reunión y le advierten que no se puede hablar de Dios ni de política, no vaya, es gente turbia. Seguro son camanduleros que tienen cuentas con Dios o contratistas fugitivos de la Justicia.
- Sostenga el tema. Si alguien dice que está feliz leyendo a Z, hable de Z, no lo interrumpa para decir que a usted le encanta K, porque entonces otro gritará que no hay como H, y al final no hablarán de Z ni de K ni de H. Es de elemental cortesía sostener el tema durante un tiempo prudente. O callar.
- No arme corrillos ni los fomente. No permita que los tímidos le hablen al oído y rompan la comunión del grupo. Estimule la participación de los mudos. Hable en voz alta, para todos, y mírelos a los ojos (nota: no le mire fijamente los pechos a su interlocutora).
- Lo más difícil es hablar de uno mismo. Termina uno reptando bajo la mesa como cualquier Gregorio Samsa, o pavoneándose con una «modestia» insufrible, o asestándole a la gente informes de gestión. Sugerencia: si lo acorralan, diga dos frases y escurra el bulto, generalice, vaya de lo particular (usted) a lo general (su profesión, por ejemplo, solo dos datos muy interesantes, no se excite).
- No dé consejos… ¡o trépese de una vez a su maldito púlpito!
- Regla recta: evite la digresión. Si la tentación es irresistible, sintetice y retome rápidamente el tema central.
- Reglita: sea breve. Todos perdonamos las bobadas cortas. Las largas arruinan hasta la mejor fiesta.
- Regla cero: escuche con atención. Trate de entender los argumentos del otro. No finja que escucha cuando en realidad está pensando solo en cómo refutarlo, o esperando una pausa para raponearle el uso de la palabra. Escuche con el corazón y con los oídos y cultive el arte de pensar en grupo, la conversación.