Hans-Peter Knudsen*
Hace unos días, en columna de Gustavo Hernández Castaño en El Quindiano titulada “Participación vs Abstención”, se abordó la abstención electoral en el Quindío y en Armenia. Importantísimo tema porque esta problemática no es solamente regional y es una gran generadora de riesgo para la democracia.
Con frecuencia escuchamos decir, llenos de orgullo, que “Colombia es la democracia más antigua de América Latina”. Personalmente vengo cuestionando hace años esa aseveración.
El término “Democracia” viene del griego. “Demos” pueblo y “kratos” fuerza. Es decir, “La fuerza del pueblo”. Y, en apariencia, eso es lo que la sociedad colombiana practica regularmente para, con esa fuerza del pueblo, elegir a sus gobernantes y legisladores.
No obstante, nuestra realidad democrática se desdibuja desde el momento en que ese kratos, esa fuerza, no es ejercida plenamente.
En Colombia, según los datos de la Registraduría Nacional del Estado Civil, hemos tenido un porcentaje de abstención promedio, para las últimas cinco elecciones presidenciales, del 49,24%. Esto significa que cerca de la mitad de quienes tiene la fuerza para votar, para elegir, decide NO hacerlo. En el caso del Departamento del Quindío el promedio de la abstención electoral en las últimas cinco elecciones para la Gobernación se ubicó en el 44,8%, es decir algo menos de la mitad de los potenciales votantes.
En un interesante estudio de la misma Registraduría Nacional, con el Centro de Estudios en Democracia y Asuntos Electorales – CEDAE, titulado “Abstencionismo electoral en Colombia: una aproximación a sus causas”, el Registrador Nacional de la época, Carlos Ariel Sánchez, decía en la presentación del documento: “El abstencionismo ha sido uno de los temas que ha generado mayor preocupación en el ámbito de la discusión sobre la democracia, tanto en el terreno de la teoría política como en el de la vida práctica de los gobiernos.” Aun cuando el Dr. Sánchez sustenta que el hecho mismo de no votar es una manifestación válida del ejercicio de la democracia también advierte que “en el terreno de la práctica política se debate el grado de legitimidad que se deriva cuando solo una parte del cuerpo social ha expresado su voluntad en las urnas”, así como “la dificultad de llevar adelante las decisiones tomadas por cuerpos políticos que no gozan de suficiente respaldo popular. En este sentido se argumentan problemas de gobernabilidad en la gestión pública derivada del escaso respaldo popular. Por otra parte, el abstencionismo es usado siempre por grupos opositores para desprestigiar la acción del gobierno y debilitar su capacidad de gestión.”
En mi concepto, la falta de motivación, la falta de credibilidad, la falta de confianza y la falta de propuestas realistas y pertinentes ha llevado a que muchos electores colombianos renuncien al sagrado derecho, y al sagrado deber, de sufragar.
Si a lo anterior le añadimos que nuestra realidad democrática también se desdibuja cuando ese kratos, esa fuerza, no es ejercida libre y honestamente, el panorama se complica más aún.
Según Amnistía Internacional en su “Barómetro Global de la Corrupción en América Latina y el Caribe”, publicado el 23 de septiembre de 2019, “prácticas como la compra de votos y la intimidación electoral representan una amenaza a los cimientos democráticos de muchos países latinoamericanos, en donde una de cada cinco personas encuestadas manifestó haber recibido sobornos o favores especiales a cambio de votos en los últimos cinco años.” En el caso de Colombia, el 40% de los ciudadanos encuestados dijeron haber recibido sobornos o favores especiales a cambio de votos. Solamente nos superan México con un 50% y República Dominicana con un 46% de la población encuestada admitiendo haber experimentado la compra de votos. Brasil nos iguala con el 40%.
Finalmente, nuestra gran esperanza de futuro en las nuevas generaciones de colombianos, también se ve confrontada con indicadores retadores.
En la más reciente versión de un importante estudio que viene adelantando desde hace varios años la Universidad del Rosario, en conjunto con El Tiempo, Cifras y Conceptos y la Fundación Hanns Seidel, titulado “Estudio de percepción de jóvenes” en donde se indaga por la percepción de lo que piensan, sienten y quieren los jóvenes en Colombia, confirmamos tendencias preocupantes, ya identificadas en versiones anteriores. El 84% de los jóvenes no confían en los partidos políticos, el 73% no confía en el Congreso de la República, el 73% no confía en los medios de comunicación, el 64% no confía en las Gobernaciones, el 64% no confía en las Alcaldías municipales, el 64% no confía en la Policía Nacional, el 61% no confía en la Iglesia católica y el 75% no confía en líderes religiosos Cristianos no católicos. Las instituciones en Colombia, con mayores niveles de confianza son las universidades públicas (77%), las universidades privadas (59%), la Registraduría (58%) y las Fuerzas Militares (55%).
Con esta realidad fundamentada de manera válida en las cifras y estudios compartidos, sostener que Colombia realmente es una democracia puede ser atrevido, por decir lo menos. La mitad de los ciudadanos con posibilidad de votar no ejerce su derecho, el 40% de los ciudadanos ha vendido, o está dispuesto a vender, su voto y los jóvenes colombianos prácticamente no creen o no tienen confianza en instituciones fundamentales para una sociedad. Esta realidad nos lleva a una preocupante pérdida de “democracia” (fuerza del pueblo), siendo reemplazada con la compra del poder por la vía de lo económico, por la vía de la falta de credibilidad o por la vía de la intimidación. ¡O por todas las anteriores!
Quizás esa sea una de las muchas razones para estar viendo lo que vemos de manera creciente en nuestras poblaciones, en nuestras ciudades y en nuestro país. El documento “Abstencionismo electoral en Colombia: una aproximación a sus causas”, arriba mencionado, indica “mientras un tipo de participación política (el voto) está atrayendo cada vez menos interesados en ella, otros modos de participación como las protestas o las peticiones han aumentado significativamente en los últimos 20 años. Esto implicaría que no es que haya una crisis de participación política, o hacia la política en general; por el contrario, los ciudadanos –especialmente los más jóvenes– podrían estar encontrando más gratificante o más efectivos estos otros modos de participación no electorales”. En nuestra sociedad podríamos estar cambiando las mesas y los puestos de votación por estaciones y frentes de primeras líneas o similares.
En mi concepto, alrededor de esta realidad tenemos profundos retos sociales que requieren intervenciones de larguísimo plazo. Cuando uno está enfrentado a retos de largo plazo lo mejor es empezar a trabajar en ellos cuanto antes. Sin ánimo de “llorar sobre la leche derramada” ese camino lo deberíamos haber iniciado hace varias décadas. Aun así, tengo la confianza, y la ilusión, que estamos a tiempo. *Rector Universidad del Rosario (2002-2014), Embajador de Colombia en Alemania (2018-2022)