Se encuentra en las librerías colombianas el nuevo libro de la barranquillera, Margarita Borrero, titulado Rituales de apareamiento. Una obra cautivadora, en la que personajes, acciones y lugares se entrelazan para contarnos lo que muchos solo se atreven a pensar.
Esto es lo que dice el escritor Mario Mendoza sobre este libro:
«Hemos construido alrededor del deseo y del amor una serie de clasificaciones, discursos enrevesados y mitos que quizás lo único que hacen es evidenciar nuestra ignorancia al respecto. Por eso Rituales de apareamiento es no solo bello, sino necesario. Con una prosa precisa y rítmica, nos va develando el misterio que se esconde detrás de nuestras pulsiones más profundas: la enorme mayoría de nuestros comportamientos amorosos no es más que pura etología, es decir, comportamiento animal.
Creemos que nuestra especie es no solo distinta de las otras, sino muy superior. Grave error. Esa creencia es falsa. Podemos inventar el amor cortés, el amour fou y ese esperpento que se llama el amor romántico, cuando la realidad es que nos comportamos como meros animales, mamíferos gobernados por impulsos irracionales, por instintos primitivos y atávicos.
Creemos que somos los reyes de la creación, que estamos hechos a imagen y semejanza de nuestros dioses, cuando en realidad estamos más cerca de las polillas, las serpientes y los ratones. He ahí nuestra tragedia. He ahí por qué prima el desamor sobre el amor. Y estos relatos de Margarita Borrero nos evidencian de manera magistral esa confusión. Sus personajes solitarios y melancólicos, sus mujeres que cargan una dosis de resignación lúcida difícil de olvidar, son la prueba fehaciente de que vagamos por este mundo extraviados, perdidos y sin un mapa que nos indique un destino posible».
Algunos fragmentos del libro:
“Ser soltera en Bogotá y tener treinta y tantos años es muy ventajoso; eres la soberana del control remoto de la televisión y la dueña de todo el espacio de tu cama. Tu crema Colgate jamás está aplastada por la mitad ni encuentras pelos en el lavamanos. Gastas tu sueldo en viajes, en libros y en algo frívolo, como un costoso y sofisticado ambientador de aire con olor a pino. Puedes pasar los domingos lluviosos en pijama, acurrucada entre tus cojines azules, junto a tu gato, y ver infinitas horas de documentales en el Discovery Channel. Nadie te lo va a reprochar.
El único problema es que tus amigas consideran que la soltería es una especie de mal que necesita tratamiento. Hasta tus nuevas compañeras de trabajo, en cuanto saben que no te has casado, intentan hacer lo posible para que conozcas al hombre-de-tu-vida. Yo he conocido al hombre-inútil de mi vida, al hombre-controlador de mi vida, al hombre-neurótico de mi vida y a otros hombres que prefiero olvidar. No es que no me interese conocer al hombre-a-secas de mi vida, es que hay ciertas cosas que prefiero confiar al destino y a la naturaleza. Sin embargo, las mujeres a mi alrededor insisten. Y ya se sabe lo pesadas que se ponen cuando se comportan como las mejores-amigas-de-tu-vida”.
Página 11
“Es probable que estés muerto. O quizás te hayas salvado. La relación física con las palabras me ayuda a pensar. Pensar. ¿De qué otra forma voy a entender las cosas? La verdad se me ha hecho un ovillo y, si quiero recuperarla, he de tirar del hilo, volver sobre mis pasos hasta el principio de la historia. Formular las preguntas correctas. ¿Qué representa la verdad? No es sencillo ser adulta y, al mismo tiempo, tener el corazón anclado en la infancia.
Ahora me aseguro de apretar el lazo de los cordones antes de salir con prisa —he acabado por temer a las caídas— y soy más formal. No menos. Me limpio la boca con la servilleta después de cenar y me guardo mis opiniones. Cuando éramos niños, podíamos decir lo que se nos antojara y luego echarnos a reír con la boca llena de arroz, ¿lo recuerdas? Madurar es aprender el arte del disimulo. O de la hipocresía. Si finges demasiado o por un periodo de tiempo muy largo, acabas por perder la razón”.
Página 61
“En definitiva, este relato ni siquiera se trata de mí. Se trata de cómo nos cambia ser importantes para alguien. Se trata de que el erotismo más oscuro también puede ser un lazo de solidaridad entre desconocidos, de que en el dolor se establecen vínculos tan hondos como los del afecto. Se trata de un hombre extraordinario que es un radical de la vida en condiciones adversas. Por él soy la mujer que azota con un látigo y se corre de verdad delante de una cámara con la ilusión de brindarle placer. Por él también he aprendido a apreciar mi trabajo como fisioterapeuta desde una perspectiva nueva, más amplia y humana, más completa.
Abelardo dice que el dolor, quizás mucho más que el enamoramiento, es la señal inequívoca de que estamos vivos; nada de lo que podamos experimentar o sentir le supera en intensidad ni se impone con mayor fuerza. Creo que es verdad. También creo que lo justo es terminar esta historia con la línea final de uno de sus relatos que he adoptado como un credo: «El verdadero aguijón de la existencia no está en la calma ni en la superficie. Quien desee apoderarse del sentido auténtico de la vida debe dar el salto, sumergirse y bucear en el corazón más profundo de la tormenta»”.
Página 118
“Piense en esto; si A se acuesta con B, B se acuesta con C, y C se acuesta con D, entonces A se ha acostado con D. Por medio de ese sofisma se deduce que usted y yo más o menos nos hemos acostado juntos. Hay algo más. Como amar es un verbo transitivo, la intimidad de la cama puede ser una vía que comunica a dos amantes que no se conocen entre sí. En la privacidad de las alcobas, las parejas no solo hacen el amor, también la guerra, la repetición de una rutina, la amistad con derechos. Intercambian el acceso carnal por dinero, se sacuden el tedio de otras relaciones, se vengan, se someten, forcejean, incluso usan el sexo para distraer al compañero de ocasión, que fue lo que hice con Jerónimo. Practicamos el coito de forma rutinaria durante tres meses. Fíjese que no he escrito que hicimos el amor porque no soy de las que confunden el corazón con el coño y tampoco soy de las que sienten la necesidad de hablar bien del hombre con quien comparten las sábanas”.
Página 153
“Crecí convencida de que Carlos Gardel era mi papá. En la pared de nuestra alcoba en la pensión había una foto suya a la que todas las noches mi madre le tiraba un beso con la mano antes de salir a buscarse la vida vestida de fiesta como un arrabal. Después de que ella se marchaba, me ponía de puntas en la cabecera del catre, agarraba la foto y me dormía abrazada a ella. Si la noche era mala y mamá regresaba de madrugada sin un tango en los labios, me la retiraba tratando de no despertarme y la volvía a poner en su lugar diciendo: «¡Ay, papacito, ojalá estuvieras con nosotras!»”.
Página 199
Sobre la escritora Margarita Borrero
Margarita Borrero (Barranquilla, 1969) es egresada de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (1993) y doctora en Literatura Europea por la Universidad Autónoma de Madrid (2010). Ha trabajado en medios de comunicación en Colombia, Estados Unidos y España como periodista bilingüe, guionista y correctora de estilo.
En la actualidad es docente de escritura creativa en español e inglés. Su participación en concursos literarios nacionales e internacionales le ha merecido ocho primeros lugares en certámenes de Colombia, España, Estados Unidos y Canadá. Es autora de la novela El ataúd más hermoso del mundo (2007), primer lugar en el concurso de novela corta organizado por el ayuntamiento de Rincón de la Victoria (España).