Un texto de María Hermelina Bernal, publicado en el libro Colcha de relatos, editado por Cafe & letras Renata.
Soy desplazada de Medellín, un día a las dos de la mañana en el barrio Llanadas, hombres armados me sacaron con mis hijos pequeños y mi esposo. Al padre de mis hijos, que por entonces era vigilante, lo desaparecieron, después de haber hecho lo mismo con uno de sus hermanos. Claro que no fueron los únicos, porque hicieron lo mismo con otros hombres del barrio.
Mi cuñado había comprado unos lotes y nos había regalado uno, al que nosotros íbamos sagradamente a construir todas las noches, luego del trabajo. No era justo que un día cualquiera vinieran a quitárnoslo. Las amenazas llegaban por debajo de las puertas en unos avisos que decían: “Se van o salen en cuatro tablas”.
El día que llegaron esos hombres armados me acompañaba una joven embarazada que casi pierde el bebé, pero afortunadamente en un momento en que yo les rogaba que no nos hicieran nada, se entretuvieron conmigo y ella logró volarse.
“Esta vieja está muy buena. Violémosla”, decía uno de ellos, y yo pensaba que mejor me matara, pero gracias a Dios el comandante no lo permitió y prefirió darnos diez minutos “para que se pierdan antes de que ordene acabar con ustedes”.
Salí huyendo con mis hijos a altas horas de la noche, en piyama, por un rastrojero con la niña de brazos y sus dos hermanitos. Hasta que llegué donde una señora con quien había trabajado, conocía y tenía confianza, nos dio chocolate y algo de comer. Cuando le conté lloramos juntas.
Al otro día la señora nos ayudó y como sabía que por acá en el Quindío yo tenía una hermana, me animó a venirme para La Tebaida, donde una señora familiar de mi esposo, me dio trabajo.
Pasado algún tiempo me enfermé, y por esos días encontré a mi hermana aquí en Circasia, a donde me trasladé y vivo actualmente.
Estoy registrada en la “Unidad para las Víctimas” a la espera de alguna ayuda, pero hasta ahora, a pesar de haber llevado diferentes documentos, por lo menos unas seis veces, no he recibido nada.
Gracias a Dios, por gestiones ante otras entidades, recibí unas máquinas de coser con las que me defiendo en la confección, y al mismo tiempo encontré un camino que me ha servido para ir curando el alma: el canto y la facilidad de escribir letras para canciones. Entre muchas que he compuesto, recuerdo una que le hice a la pandemia y otra en honor a don Rainiero.
Rainiero fue muy importante para mí, me incorporó a la Coral y desde entonces he podido ver la vida desde otro ángulo, sin violencia, con buenos amigos como Luz Mery Sánchez, que me acompaña.
He ido a ver al sicólogo, creo que es muy bueno porque con el tiempo, me enteré de que mi marido se había escapado, desafortunadamente lo encontraron en Florencia, Caldas y allí lo asesinaron, y he podido sobreponerme.
A propósito del tema que ustedes en “café&letras renata” buscan para el libro, creo que he sido una mujer con bastante resiliencia porque fui padre y madre, de hacha y machete, para sacar a mis hijos adelante y superar todas estas cosas.