Por Miguel Ángel Rojas Arias
CAPÍTULO V (FINAL)
Cuatro Calarcás, jefes de las huestes de la nación de los pijaos
La historia de El Carlacá no termina con la muerte de Jorigüá, el primer Carlacá, ni tampoco con la de Calpuc, quien lo sucedió en el mando, sino que se extiende en dos guerreros más, comandantes de los ejércitos pijaos, que asumen las funciones de El Carlacá. “Perdida por los aborígenes la batalla del fuerte de Maitó, en virtud de la inaudita entrega del cacique pijao Tuamo, jefe de natagaimas y coyaimas, llamado por los españoles señor Don Baltasar, los herederos de los cacique vencidos, muertos o cautivos, citaron a asamblea general de las tribus combatientes”[1].
Para esta asamblea llegaron caciques desde la cordillera de los seis nevados hasta el gran Macizo. Llegaron de Sutapa, Aynse, Bimibita, Caracatama, locoque, Macon, Nona, Pintara, Tatami, Tuture, Jimimaya, Cazacuali, Convite, Pagué, Paranubaco, Cacataima, Ainoya, vía y, por supuesto, Quindio. Estuvieron caciques como Autama, Diba, Pamicuri, Aiyan, guarquenta, Matunuba, Puna, Putancura, Jaymicura y Turtube, según lo registró el propio don Juan de Lesmes de Espinoza, Oidor de la Real Audiencia de la Nueva Granada, citado por Gómez Santa. Y dice este último que, además, participaron los caciques Curumí, cacique de la Coqueta; Callaca, gran Señor del Consota, y Tacuare.
La principal decisión de la asamblea era vengar el honor de los indígenas, mancillado por la traición de Tuamo, cacique de natagaimas y coyaimas. Para tal fin, propusieron una confrontación hombre a hombre, entre Tuamo y aquel indígena que fuera elegido el nuevo Carlacá. Con la decisiva participación de las parcialidades de Ainoyá, Cacataima y Quindio, la designación recayó en el nombre de Collaca, el gran Señor del Consota. “El grito de venganza fue proferido desde el cañón de las Hermosas por el nuevo Carlacá”[2].
El enfrentamiento se pactó en la propia plaza de los coyaimas, que para el evento se encontraba llena de guerreros. “En taburetes, y en forma circular, sentados se encontraban señores y caciques. Las hogueras, asistidas por lo shamanes, parpadeaban y pronto, la danza de los desafíos y el grito de los retos, previos al gran combate, saturó el ambiente”. Desde las altiplanicies se observaban las mil fogatas encendidas por los Quindus. Claveteando el espinazo de la cordillera en vigilia estaban, pues que, derrotados, continuaban la lucha no ya sobre el Tolima-Huila, sino sobre el Valle del Cauca, el Cauca y el viejo Caldas”[3].
“Desde las cimas de Toche, el cacique Callaca descendió a la llanura a fin de enfrentar a Tuamo, el orgulloso señor don Baltasar, quien prestara su lanza de treinta palmos y su brazo al cruel español, para sojuzgar a los suyos. Listo para el combate, Callaca, con la crátera de oro bajo el brazo, tomó camino y bajó la montaña. Su labor vengadora, el honor ofendido de los Quindus por Tuamo, cacique subalterno rebelde al Carlacá, imponía y precisaba el castigo”[4].
Los momentos finales del combate fueron narrados así por Gómez Santa: “Raudo, ligero como el viento, Tuamo sin dar tiempo al Carlacá que reaccionara, hundió su poderosa lanza en el vientre del Quindu. Traspasadas quedaron sus entrañas y afloró en las espaldas del guerrero la asta de hierro fundido. Aquel titán no se desplomó”
“El Carlacá parpadeó. Una mueca de fiereza pobló su rosto y en vez de lanzar grito de agonía, propio de aquella mortal herida que traspasaba su cuerpo, arrojó su lanza al suelo y clavó sus ojos en Tuamo, quien sostenía su larga lanza traspasando su cuerpo”.
“Carlacá, con sus formidables brazos y su musculatura de bronce, trepó lanza arriba hacia Tuamo, desgarrando sus carnes y haciendo entrar más y más la lanza en su cuerpo. Ahogado en sangre y presas de intenso dolor, llegó hasta el cuello nervudo y vascularizado de su enemigo y con sus gigantescos y poderosos puños, hundió los dedos de sus manos en aquella tráquea. Eran garras que estrangulaban y llamaban a muerte”.
“Tuamo, el gran Señor don Baltasar, abrió su inmensa boca en busca de aire que no llegó. En esfuerzo mayúsculo, se aferró a las muñecas de su contrincante, más aquellos musculosos dedos del Callaca le habían atravesado la garganta, por lado y lado, hasta los puños. Trozos de carne y arroyos de sangre brotaron de aquella garganta. Un traquido resonó, como el de un toro al cual se le ha roto el cuello, y ambos cuerpos, el de Tuamo y el del Carlacá, rodaron sin vida sobre el polvo de la plaza”.
La batalla continúo a manos del último Carlacá, extraído de entre los quindus y de nombre Tiamo, hasta que comprendió que su lucha era inútil por el poder de los españoles, que no solo tenían mejores armas, sino perros bravos, grandes mastines que atacaban y devoraban los indios, haciendo de sus sementeras tierra arrasada. Tiamo ordenó a los quindus saquear las tumbas conocidas y extraer el oro de sus antepasados, tras comprender que el español buscaba el precioso metal, y partió con su tribu hacia Cumbarco, donde hizo el entierro del tesoro. Luego, volvió solo a la cueva de Mapala, a la sagrada roca de Pavalema, que después tomó el mítico nombre de Peñas Blancas, y se lanzó a su peñasco, destrozando su cabeza.
En resumen, podemos decir que todas las versiones que existentes sobre Calarcá, podrían considerarse ciertas, si se tiene en cuenta que, como queda dicho, no existió un solo cacique Calarcá, sino por lo menos cuatro, y que el vocablo propiamente dicho, Karlaká, pertenece a la denominación específica de un rango o categoría guerrera, como decir hoy comandante de las fuerzas armadas o capitán de un ejército.
Como se sabe, los primeros colonos de estas breñas de la montaña de los Andes del Quindío, en las estribaciones de la cordillera, oyeron gran parte de estas historias sobre estos hombres, relatos extraordinarios que hablaban de la astucia y dominio de los caciques que llevaron la representación de El Karlaká, especialmente de las batallas que libraron contra los conquistadores españoles. En la mente de los colonizadores del Quindío quedó señalada la fiereza y la fuerza de estos indígenas, de quienes se decía, podían levantar, cada uno, cinco hombres al mismo tiempo. Cuando se fue a fundar el pueblo, todos coincidieron en un homenaje a ese Karlaká, cuyo último descendiente, Tiamo, vino a morir en las cuevas de Peñas Blancas. Así nació, para este municipio la toponimia que hoy lo identifica: Calarcá.
No hay que olvidar que, por mucho tiempo, la imagen del Cacique Carlacá, fue acuñada por el Banco de la República en las monedas de diez centavos, que desaparecieron del mercado.
FIN