Por Jaime Lopera Gutiérrez
Aunque no me sorprende el fallecimiento de Carlos Alberto Villegas, sus padecimientos después del accidente cerebral que lo mantuvo inmovilizado mucho tiempo hacían presumir que se iría demasiado pronto de nosotros. No obstante, hasta hace muy poco seguíamos leyendo sus formidables creaciones que fueron más trascendentes y originales de lo que él mismo supuso. El mibonachi es un ejemplo de escritura de cuentos cortos, de 250 palabras, que se nutre del manejo literario, con sintaxis y todo, en una situación muy parecida a los guiones de cine con poesía.
Esa era una de sus facetas: la originalidad literaria, se me ocurre, es propia de quienes ya poseen un dominio cuidadoso del lenguaje, como sin lugar a dudas hay muchos ejemplos como León de Greiff entre nosotros, como George Perec, Gonzalo Rojas, Foster Wallace, Cortázar, Robbe-Grillet, Salinger y otros más que sería dispendioso mencionar. Los escritores innovadores son aquellos que desafían las convenciones literarias y experimentan con nuevas formas de expresión. A menudo se les llama vanguardistas o incluso iconoclastas, y su trabajo puede ser controvertido o difícil de entender. Sin embargo, su trabajo puede dar forma al curso de la literatura y sugerir nuevas combinaciones artísticas.
Fue en la ciudad mexicana de El Paso, en la frontera con EEUU, donde Carlos Alberto estudiaba, y fue allí cuando puso todo su interés en la literatura creativa. Allí estudiaba con otros cultores literarios con quienes hizo amistad por mucho tiempo. Me contaba, en una de las numerosas tertulias que compartimos, que su ensayo sobre la importancia de la risa había sorprendido a más de uno de sus profesores en esa universidad, precisamente por la originalidad en la interpretación de un fenómeno tan humano como ese.
Duele pensar que Petete, como lo llamábamos familiarmente, con su entusiasmo juvenil, con su enorme y persistente capacidad de trabajo, su transparencia moral y su amor a la poesía y la cuentística, no haya dejado una obra más sólida y universal al juicio de la comunidad quindiana, pero lo que hizo basta para ubicarlo entre los representantes genuinos e importantes de las letras en nuestra región.
Solo el Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales, que lo tuvo muy cerca, reconoce los alcances de su influencia y Nodier Solorzano, quien lo convocó repetidas ocasiones y le dio inspiración y misión, tienen idea de la pérdida de este gran amigo. Elenita, su pareja, y su familia que lo cuidó con afecto en Pereira, también saben lo pesaroso que es escribir estas líneas de recordación.