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NOTAS DESENTONADAS A LA PARRILLA

5 junio 2020 9:35 pm
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Canciones inconvenientes en tiempos de la peste

Primera parte: Triste Domingo

Libaniel Marulanda

Saltemos por encima de las reconvenciones que bien podrían desatar un tema como el presente, en un tiempo y unas circunstancias como las que estamos viviendo con el acelerador a fondo los habitantes de este valle de lágrimas. Y si al confinamiento general le añadimos la particular circunstancia que estamos obligados a padecer los mayores de setenta, condenados por el gobierno a purgar casa por cárcel, la cosa resulta peor y puede llevar a que algunos inocentes presidiarios de nuevo tipo se cuestionen la importancia o la sinrazón de la existencia en medio del aislamiento .

Y si a lo anterior le añadimos otro ingrediente como es el amargo inventario que hace del Quindío el sitio de Colombia que registra, a lo largo de 87 años el mayor número de suicidios, la cuestión adquiere una preocupante gravedad.

Las historias que pretendemos desarrollar a partir de hoy pasan por varias épocas, lugares y voces, con un común denominador: son canciones peligrosas o prohibidas.

De entrada, permítanme presentarles una canción que nació en Hungría, en el año de 1933, fue grabada en 1935 y, atérrense: en un período no mayor a un año ya era un suceso discográfico universal, cuando apenas se estaban estrenando los primeros gramófonos eléctricos. Este hecho, de paso, nos demuestra cómo las canciones viajaban a velocidad de vuelo Chárter en aviones F-31.

En efecto, la canción llegó a Argentina, para aquel entonces emporio de la industria fonográfica, y bajo el registro como matriz # 93410-1 y disco de la RCA Víctor # 38054, fue grabada por Agustín Magaldi el 26 de noviembre de 1936 y también por Mercedes Simone el mismo año, en versión de vals.

La cosa fue así: Un pianista húngaro llamado Rezso Seress, en 1933, compuso una canción con una letra alusiva a las vicisitudes del mundo en ese momento, teniendo como telón de fondo la depresión económica sobreviniente de la primera guerra mundial, la situación de La Hungría de entonces, cuando ya Hitler mostraba los colmillos y para su autor los sentimiento perversos y la pérdida de valores de la humanidad eran el pan cotidiano e irreversible.

Su título original, en húngaro era “Vége a Világnak”: “El fin del mundo”. Sin embargo, la letra original no trascendió pero con su música, el poeta Lásló Jávor, creó otra letra, conocida en el mundo como “Triste Domingo”, también como “Domingo Sombrío, en la versión en inglés.” (Sunday Gloomy). A estas alturas resulta difícil precisar cuántas versiones se han hecho de esta melodía, y del todo imposible, determinar el número de suicidios que produjo su influencia en todo el mundo.

En breve tiempo la canción fue rebautizada como “Canción húngara del suicidio” y prohibida en Hungría muchos años, tras producir los primeros diecisiete decesos.

Con “Triste Domingo” se manifiesta y comprueba la certeza del llamado “Efecto Werther”, bautizado así por la histórica influencia suicida que produjo la novela de Johann Wolfgang von Goethe, publicada en 1774, “Las tribulaciones del joven Werther”, personaje que determina ponerle punto final a su existencia ante la imposibilidad de acceder al amor de Lotte, una mujer ajena.

El efecto Werther es otra especie de virus intelectual que puede ser curable con su opuesto, el efecto Papagene, que está basado en la obra “La Flauta Mágica”, en la cual tres pequeños convencen al personaje de no acabar con su vida cuando le plantean nuevos caminos alternativos.

Del influjo nefasto que desató esta taciturna obra musical no se escapó, como es fácil suponerlo, el mismo autor de la música Rezso Seress, quien cerró su puerta el 13 de enero de 1968, en Budapest.

Cuando la palabra no había sido inventada con la denotación informática actual, “Triste Domingo” se hizo viral y produjo de inmediato varias versiones en inglés, como la de Sam M. Lewis (Sunday Gloomy) o la del poeta argentino Francisco Gorrindo que se transcribe aquí.

Triste domingo

Versión de Francisco Gorrindo (1936) / Cantada por Mercedes Simone

"Triste domingo, con cien flores blancas"
y ornado el altar de mi loca ilusión
donde mi alma se ha ido a postrar
mientras mi boca llamándote está
muere en mi sueños ocasos de hastío
cansados de espera y de soledad

¡Triste domingo!

Tú no comprendes la angustia terrible
de estar esperando, sin verte, llegar
¡Vuelen tus pasos que debo marchar!
No ves que muero con mi loco afán
Quiero que seas la blanca y piadosa
mortaja que cubra mi hora final
¡Triste destino!

Querido

Junto a mi ataúd que circundan muchas flores
aguarda mi confesión un sacerdote
y a él le digo:
Lo quiero, lo espero.

No temas nada si encuentras mis ojos
sin vida y abiertos y esperándote
Tus manos son quien los deben cerrar
y acaso entonces yo habré muerto en paz

Siento un doblar de campanas

que lúgubremente sus voces me ordenen marchar

¡Triste domingo!

Vuela mi vida tu paso querido

que llega la hora que debo partir

Quiero tenerte en mi viaje final

y algo me dice que no llegarás

Triste domingo visítame amado

que ahora en mi tumba yo te he de esperar

¡He de esperar!

Puede ver la versión original en el siguiente vínculo: https://youtu.be/9dZj7YW5oFQ

El lector curioso, amigo de la música y las canciones con historias a cuestas puede entretenerse con unas cuantas versiones, accesibles en Internet, extraídas de la suma total que podría superar el centenar:

Mercedes Simone, Agustín Magaldi, Ray Charles, Billie Holiday, Bjork, Karin Krog, Sara Brightman, Sara Vaughan y Sara Mc Lachlan.

Esta canción peligrosa, prohibida, perversa y patética aterrizó un mal día de la década de los treinta en esta ciudad, y como lo podrán leer en la segunda parte de estas crónicas, se convirtió de inmediato en el himno del Club de los suicidas de Armenia.

Calarcá, junio 5 de 2020

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