NOTAS DESENTONADAS A LA PARRILLA

28 agosto 2020 10:54 pm

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Los músicos quindianos en tiempos de cometa – Sexta parte

Por Libaniel Marulanda

Los amplificadores alquilados de don Querubín

Querubín Niño, radiotécnico de Calarcá, años sesenta

Los amplificadores de sonido nacidos a la par con el siglo veinte, en el Quindío fueron de difícil acceso para los grupos musicales, aun en los años sesenta. Aunque de gigantesca autoestima, Calarcá apenas tenía un total de cincuenta y cinco mil habitantes. Y como todo el mundo se conocía entre sí, los músicos pobres y jóvenes, urgidos de esos aparatos, recurríamos a Don Querubín Niño, uno de los pocos técnicos del pueblo, quien solidario y confiado, al alquilarlos nos evitaba la amargura e impotencia de tocar a palo seco en eventos masivos de relativa importancia. Eran pesados artefactos construidos por él, con tecnología de tubos, cuyo sonido reproducían un par de cornetas chillonas. Los amplificadores de marca eran pocos y carísimos. En tiempos de cometas, ante la carencia de carreras de ingeniería electrónica, nuestros inteligentes coterráneos estudiaban por correspondencia en dos escuelas inolvidables: la Hemphill y la National Schools.

¿Y dónde dijo que está el “enchufle”?

Para quienes gozan el lujo de la juventud es interesante relatar que la energía eléctrica llegó pronto al Quindío igual que lo demás: por la prosperidad cafetera. En cuanto teníamosuna racha de toques, los muchachos de entonces nos hacíamos construir un amplificador de tubos. Calarcá fue el único de los municipios del viejo Caldas que tuvo planta propia, de propiedad de la familia Laserna; aquellos vetustos motores permanecen bostezantes, cercanos al puente del Río Quindío. La electrificadora entregaba doscientos veinte voltios, una tensión exclusiva en Colombia. Desde algún momento que no pude desentrañar, aquella electricidad privada coexistió con la pública y Calarcá y Armenia tuvieron dos voltajes distintos. Así que el pobre músico llegaba a la fiesta y preguntaba: ¿Dónde “enchuflo”? Y claro, nunca faltaba el acomedido vecino que señalara el lugar equivocado; el músico prendía y ¡pum! Adiós querido amplificador que funcionaba con 110 y jamás con 220 voltios.

Acordeón: Reimiro Ramírez, Guitarra Darío Vanegas, Batería Humberto Cifuentes, Cantante, Simeón Báquiro.

La sincopada historia de un calarqueño grupo

En Calarcá se concentraron algunos ejecutantes que tocaban de manera informal en fiestas de amigos y actividades comunales. Son contados y precarios los registros fotográficos, y no quedaron para la historia un testimonio escrito o memorias gráficas de alguna solidez. En mi caso particular y como músico tan solo puedo dar fe de algunas personas y sucesos contemporáneos, como la existencia del Conjunto Bahía, que dominó la escena calarqueña desde el inicio de los años sesenta. Fue fundado por Reimiro Ramírez, quien tocaba el acordeón de teclas y era en extremo hábil para conseguir contratos. El Bahía tuvo varias épocas y muchos elementos. En la primera versión, Darío Vanegas tocaba la guitarra eléctrica, Humberto Cifuentes la batería, Manuelito Morales la tumbadora y Simeón Báquiro era el cantante. Los integrantes más notables emigraron para Bogotá igual que su fundador, quien se estableció como comerciante en San Andresito y falleció años atrás.

Luis Evelio Duque, en sus noventa años

Te estoy buscando, Evelio, pero no me respondes

Algunas baldosas resultaron flojas cuando intentaba bailarme algunos recuerdos de otro artista quindiano, mucho mayor que sus colegas de entonces: Evelio Duque. Lo conocí cuando entre las largas pausas de la rutina bomberil, en El Bosque de Armenia hacía sonar su arrugado camarada y ningún peatón podía eximirse de mirar al interior de aquella estación que no resistió un minuto del terremoto de 1999. Me entregué a la búsqueda del viejo acordeonista, con quien compartí también por un tiempo la condición de subalterno del Ministerio de Hacienda. Fue cofundador de Los Happy Friends, en aquel tiempo en que el inglés comenzaba a colonizarnos a través del cine y el Rock and Roll. Cuando se intenta reconstruir un pasado que carga con medio siglo, en una ciudad de donde todos en algún momento hemos emigrado, chocamos de frente con el primero de los obstáculos: la ausencia de aquellos compañeros de juventud.

Luis Evelio Duque y su familia, año de 2016

Un fuelle cerrado y un acordeón que morirá de silencio

Sabiéndome impotente ante la avalancha de los años, exitoso he recurrido a una antigua fuente de conocimientos: el chisme de esquina, amplificado por los trabajadores del solfeo. Los hermanos Valencia, Álvaro y Julián, han superado en eficacia a San Google: justo esta mañana supe que Luis Evelio Duque Aristizábal, a quien buscaba, murió el pasado veinticuatro de marzo, apenas rebasó los noventa años cumplidos el cuatro de febrero. Su acordeón respiró con él hasta la última nota. Es triste registrar ahora y aquí su deceso y descubrir, tarde, que compartimos mucho más que un escritorio oficial por cárcel, en tanto que soñábamos despiertos en las noches bohemias un día y otro hasta lograr la esperada jubilación; Evelio en el Quindío y el Cesar y yo en Bogotá. El nonagenario artista llegó a ser Capitán Emérito de Bomberos Voluntarios de Armenia y Jefe de Investigación Tributaria en la DIAN de Valledupar.

Las doce incuestionables razones de un trasnochador

De Los Happy Friends, que brillaban en el Club del Comercio y el recordado Bar Show Sayonara de Armenia, hacían parte además de Evelio, su fundador, Guillermo Vanegas, excelente guitarrista calarqueño fallecido en 2000, y su hermano Darío Vanegas en el bajo; también Miller Lizcano, el segundo percusionista quindiano que tuvo una legítima batería gringa; el cantante, Alfonso Quintero. En las congas, Luis Fernando Duque, uno de sus doce hijos, quienes fueron también una incuestionable razón para trabajar de empleado público de día y como músico de noche. El grupo se disolvió cuando su director fue trasladado en 1970 a la capital del vallenato. Dora Valencia, su esposa, lo acompañó sesenta y tres años y partió antes. Con todo y eso, Evelio Duque consiguió sustraerle a su existencia y durante treinta y tres años, una vez jubilado, las fuerzas suficientes para escribir y editar en 2015 un diccionario para crucigramistas.

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