Ha sido una tristeza observar cómo los hechos del terremoto que vivimos en esa época -1999- se repitieron esta semana 19 años después en Calarcá y Armenia. Los sociólogos nos explican que las cosas son cíclicas, que ellas se repiten en determinados años, que las cosas pasan y vuelven, a veces con mayor fuerza.
Pues bien. Yo leía hace muchos años, hace tantos que olvidé quien lo dijo, que “los hechos son los mismos, lo que cambia son las circunstancias”. Y cada día me convenzo más de esa pura realidad.
Cuando el terremoto del Quindío en 1999, hubo una tragedia mayúscula. Pastrana presidente la bautizó “la tragedia más grande de la historia republicana”. La historia republicana de nosotros comenzó por allá en 1810.
Aparte de eso, del terremoto, todo el mundo dijo y dijimos que sí, que eso fue horrible, pero lo que más nos asustó fue ver esos miserables vándalos rompiendo almacenes, carros, llevándose lo que encontraban de casas, negocios, empresas y todo lo que estaba a su paso. El terremoto tumbó. Los vándalos arrasaron. Que diferencia.
Y después los sociólogos del Forec nos hablaron del tejido social, ese que nadie sabe donde está el hilo para tejerlo, pues la sociedad colombiana y las familias vienen desbaratándose hace muchos años con las oportunidades negadas de todos los gobiernos pasados, negados en educación, en trabajo, en vivienda, en salud y en casi todo, hasta en los salarios.
Y bueno, la gente intentó calmarse posteriormente, mientras recibía las ayudas del Estado benefactor, asistencialista y permisivo. Todo lo negado intentó calmarlo con mercaditos y unas cuantas casas deterioradas. De manera que la ayuda fue poca o escasa.
Y esta semana en Calarcá y Armenia, principalmente en la Villa del Cacique, una operación judicial decidió cerrar un supermercado muy grande, de precios muy baratos, con promociones cada dos horas, que estaba favoreciendo muchísimo a la clase de escasos recursos, pero con un problema, que según la Fiscalía, es de las Farc, lo cual somete a ese negocio a la extinción de dominio, según los fallidos acuerdos de paz de La Habana.
Y cerradas las puertas de esos negocios en Armenia y Calarcá, decidieron los que nada tienen, pobres hasta los huesos, con un Estado que no los mira, pero hay que decirlo, muchos de ellos sin escrúpulos y sin temor, decidieron ir a coger lo que allí había, porque eso es comida, se puede dañar y se necesita para las casas, para los hijos y los viejos de las familias.
Impedido su paso arrollador sobre esas mercancías, en Calarcá decidieron asaltar almacenes para calmar esa hambre y por eso creyeron calmarla dañando los vidrios y ventanas de almacenes de adornos, de fantasía, balones, peluches, carritos de bebés, vidrios de bancos y otros negocios con productos que nadie podía comer.
Fue triste ver repetir el espectáculo. Jóvenes de sudadera, bermudas y morrales en las calles para cargar lo hurtado. Más grave todavía el tema, pues no había la suficiente fuerza policiva. Y eso lo saben los saqueadores y también lo sabe el comandante de policía. Por eso, su respuesta es poca. Los demás también sabemos que no hay fuerza pública, pero no la exigimos ni les exigimos. Y eso que el gobierno dice que ya no hay conflicto interno, al contrario, lo que tenemos es precisamente un conflicto interno, que se ha generado por la falta de autoridad, por la falta de normas, por la permisividad de los congresistas cuando hacen las normas y por la falta de reflexión de los jueces, por la incapacidad del Estado para invertir en cárceles, para hacer colegios, para generar empleo, incapacidad para ayudar a sufragar los gastos de las universidades, en fin, en la falta de gobiernos que gobiernen, mientras que el resto de la sociedad tenemos que esperar a que el gobierno haga lo que le dé la gana, si es que le da la gana de hacer.
De verdad, da tristeza. Se ha repetido el cuadro duro del terremoto. No se cayó ninguna casa, pero nos hemos dado cuenta que el Estado está por el piso. Ese si se cayó y difícilmente se levantará. Y me acuerdo de la frase “los hechos son los mismos, lo que cambian son las circunstancias”. Antes no había gobierno ni autoridad, ahora no hay gobierno, ni autoridad, ni fuerza pública ni Estado.