Permanezco feliz a la hora del zancudo extirpado. Feliz por el sonido de la pisada, sobre la hoja seca. Feliz porque recuerdo el silencio de la noche cuando ella llegó con coñac, como respuesta afirmativa de entregar su desnudez a mi desnudez. Feliz por la mujer con su minifalda, persuadiendo el trasegar de la carnalidad al viento. Feliz por el verde. Feliz por el azul. Feliz por el incoloro a las tres en punto, de una centuria cualquiera. Feliz por el domingo en la biblioteca, al escuchar la caída del lapicero. Feliz por la saudade de aquella luz, aventurándole a la palabra la inflexión del pan nuestro de cada día, bajo la lluvia sin sombrilla abierta. Feliz por el dinero cuando tintinea en bolsillos de aire inaccesible, mientras la paleta en el horizonte excita mi deseo inmoral de ser feliz.
Incrustar silencios venidos de la sabiduría, al tiempo por llegar. Cercenar a la voz ignorante del pasado, su eco.
Pensamientos enjabonados observan el espacio sideral precipitarse por la luna, del espejo del baño.
Importuna el pasado. Vaticina naranjas podridas, el brillo de su grandeza lo suministra el titilar agonizante de la luciérnaga.
Procrastinación como disculpa eufemística de trastorno volitivo, para observar partículas de polvo en el solar de la casa.
Verde aletear sobre el ciruelo, profanado por la presencia del alter ego farisaico.
Disertar respecto a los tres pelos del calvo, donde una parte científica establece esta melena reluciente como consecuencia de la licantropía y por otro lado la fe, que imploró en el espejo de la bola de billar tener una cabeza peluda.
Y si nadie llegase a entender el amor, y tampoco ninguno creyese en la tormenta, y nada profesase la palabra, y si todo fuese sombra más allá de la sombra, y el día un deslumbre del vacío, valdría la pena prender el bombillo, leer por el resto de la vida, en una misma posición, después del punto seguido el pensamiento embrionario: la muerte es el regreso al lugar donde el universo cabe en una partícula de polvo.
Se limpia el humo del pulmón de la sombra desahuciada, mientras el cadáver del cáncer se disemina hasta la alcantarilla de la ironía.
Barrenderos de pájaros, despojados de trinos, se transfiguran en polvo exhausto. Polvo demacrado. Insignificancia en carne y huesos, en sangre y vértigo. Luces en la frontera de platos vacíos. Sombras en el paladar, como migajas de suculenta cena: Sociedad vulnerada por la miseria.
Evitar el choque de un meteorito sobre la tierra, con idéntico desespero al impedir la caída de un pelo púbico en el blanco más blanco, que altere la historia de un amor.
Folclórico destilar las lágrimas del político.
A imagen y semejanza de Narciso Jesucristo ahogado en el espejo.
Aplausos tristes al aire sin aleteos de dinosaurios.
Es inaplazable acudir al suicidio, después de haber lavado el ojo del cíclope… ineludible lunes, sin importar el siglo.
No revele silencios sin motivo alguno. Levanta la cabeza, eructa melancolías, como verbo primero de tu esencia de vivir, sentado en el postigo de la chimenea.
Ideas para embalsamar la idea misma.
El optimista tiene derecho a todo, hasta cortarse las venas en la hondura de una gota de rocío.
El pesimista ve lágrimas de cocodrilo, en el hombre feliz bajo la lluvia.
Ser o no ser esa es la cuestión. Hamlet en su soliloquio de vida y muerte. Como diluyendo el todo y la nada en una vasija sin fondo, hasta proclamar el vuelo del águila y el fallecimiento del delfín. Plegaria tácita a la Ninfa Ofelia, en la antesala del suicidio.