Mi verdad: Dios no existe. Sin embargo, ninguno tiene razón al creer en mí, al no creer en mí. Nadie posee el derecho a opinar, sin temor a equivocarse, respecto a esta hipótesis. Solo YO puedo verificarla, en relación a mí mismo y nada más. En este sentido, cada uno de los creyentes, de los no creyentes, somos sinónimos de una verborrea delirante. Subjetivismo fácil de aplastar, de parte y parte, sin olvidar desmembrar el sujeto torpe, al creerse dueño de la verdad absoluta.
Me importa el Dios de ninguna religión, ni trajinar con su renombre a cuestas y menos esperar migajas misericordiosas de él. A mi ser solo le incumbe la existencia en toda su magnitud y a mi muerte conservar sus fauces hasta devorarme junto con este Dios, mozo de espuela de las religiones.
Después de la más alta cumbre de la conciencia humana, el aire es pájaro, el pájaro es Dios, Dios, aire de pájaro, trino de árbol, neuronas en sublime orgasmos con la existencia pura.
Postres en tazones de cráneos humanos, refinada filosofía existencial.
El tiempo es agua sin piel de agua, se derrama desde el grifo de la eternidad, vive la cosmología de la precisión. El tiempo con el tiempo da su veredicto, juez y verdugo a la vez. Tiempo, paradoja del tiempo, desde siempre hasta siempre joven.
Modo de levantar tu pierna hasta la mitad del viento, de girar tu torso para abrir la puerta, a mi mundo erótico.
Querer, a secas amar. Por ejemplo, entregarse a la estrella de mar con vida en el plato, jamás ejecutarla, apreciar su piel calcificada, admirar su simetría, venerar sus espinas marinas. Amar esta estrella, dejarla invadir el firmamento de los cocuyos.
Las palmas, mujeres de leña sensitivas, refrescan el observar del hombre sensible, cuando su savia franquea las arterias de los siglos.
Creerse dueño de la verdad, respecto a la crítica de arte, urge ir a misa desnudo, hacer el amor mientras comulga y por último escribir libros inmortales, donde manifieste haberse fogueado en este rito con devoción.
Un brindis por aquellas neuronas cuando excretan pensamientos ininteligentes, por el desagüe de la sabiduría.
Urgen paraguas de sombras para guarecernos de tinieblas ideológicas, expedidas por neonazis colombianos.
Demencia porcina padecen los malos electores.
Sombras que impiden observar la mañana, mientras aleteos de buitres revelan la estancia del “polvo eres y en polvo te has de convertir”.
La silueta del hombre de maldad es letal.
Hipótesis que reculan para coger impulso hasta la verborrea de quien las pronuncia.
Llueve sobre la lumbre dejando proyecciones de vuelos, pegadas en la pared.
Triunfo al estilo del cero multiplicado por nada.
Respuesta vivificadora hacia mí mismo: inteligentes son los otros…
Tuteos sazonados con apocopes, extravagante receta de la ridiculez.
La espalda de él sobre la espalda de ella. La espalda de ella sobre la espalda de él. Así vaga el amor interesado.
La angustia existencial aprisiona, se convierte en atadura donde cuelga el desesperado.
Lazos de amor a imagen y semejanza a lazos de ahorcados.
Cuerpos humanos convertidos en tiendas, donde se compran retóricas de carnalidad.
Desnudez agobia a los moralistas, sin embargo extasían su pensamiento sexual en lo recóndito de su hipocresía.
Palabras son cloacas donde se olfatean pensamientos putrefactos.
Globalizaciones como escondrijo de la economía neoliberal.
Diabetes literaria sufren los abstemios de la palabra dulce.
Sombra cristalina, la noche.
Veterinario compasivo estaciona su carro junto al ladrido huérfano de perro.
Odio: excremento mental.
El esnobismo no tiene meta porque se siente la meta, como esnobismo supremo.
Odio: excremento mental.