Amor como corolario del cuerpo atrayente. El admirador cristaliza este irradiar erótico hasta aflorar un filósofo de la carnalidad, un poeta de la conquista, anzuelo que atrapa y del cual nadie desea liberarse. Luego nacen los hijos, consecuencia de esta acción sensorial que excita. Para encubrir el furor sexual se acude al matrimonio, se bendicen a los implicados para salvarlos de la presunta condena eterna. Con esta táctica social el supuesto pecado se revierte en amor sutil, el que vitaliza el espíritu, néctar sublime del alma… hacen la pantomima de exorcizar el deseo de sexo, por medio de un ritual que finge respeto a Dios, hasta el grado de despreciar la libido. Como algo paradójico, después de consumado el acto eclesiástico, se da autonomía de copular sin contrición alguna. Con el pasar del tiempo el hastío impulsivo rebasa el amor, mientras aquel cuerpo fascinante es conclusión categórica del mundo ajado.
El Dios de las iglesias es flema de la espiritualidad rastrera.
En la raíz de la mazorca empieza a cacarear el universo.
La alegría de ver bien a los demás trae brisa fresca a nuestra alma. Claro que cuando esto sucede con escorias humanas, este aire se vuelve nauseabundo hasta hacernos expulsar el gozo, todo concepto del bien a través de la orina, de la materia fecal y otras alcantarillas del espíritu.
Pasos teóricos sobre la luz descalza de la existencia. Pisadas que tratan de direccionar el misterio de la vida, mientras el brillo, de cada instante, cubre la sombra de duración que es el hombre.
Siempre el Yo tiene la expectativa de lo mejor del otro, de la misma manera que el otro, que también es un Yo, espera lo excelente de uno y este uno del otro uno, uno que se convierte en la humanidad general. Entre tanto la verdad de cada quien gira en el Yo anhelante, se cree víctima de la de la mediocridad ajena, sin ser objetivo ante lo imperfecto que es el hombre ante sí mismo.
En este paraje de solo aves y floresta busco un poco de silencio, no lo encuentro, quizá esté en algún extremo de mi ser incognoscible o en alguna palabra recóndita del loro, que hoy guarda un mutismo exótico…
La gota va al purgatorio de la nube donde se concibe la orgía de la lluvia.
Esculpir el viento en la palabra, lanzarla al infinito. Leer palabra y viento, donde se diluye el vuelo de la sabiduría.
¿De qué me sirve creer en Dios, si este Dios no hace esfuerzo alguno para obrar con misericordia ante los desventurados del mundo? Miseria, hambruna, asesinatos, catástrofes, mientras dicha entelequia arrogante, entre una nube de millones de cielos, espera se le corteje con rezos, diezmos y lo idolatren. Si este espécimen sobornable existe, es cínico y despiadado. Ojala, por el bien de la religiosidad, que no sea una verdad suprema, es mi oración diaria, en nombre de los humanos que permanecen con la esperanza mutilada.
Tener una llave para cerrarle el paso al odio y otra llave para abrirle la puerta al céfiro del amor.
Para mí pensar es espejo donde se refleja que estoy solo, así lo haga entre la multitud…
¿Qué decir? ¿Qué no decir? Disyuntiva en que se mece la incertidumbre después de nada.
La muerte, esa inconclusa que relame y relame y jamás sacia su lengua mortal.
El arribista es payazo y malabarista a la vez. Se columpia en la superioridad y acaba siendo un bufón, al tratar de sostenerse en la cuerda floja de las apariencias.