¿La ropa interior de quienes trabajan en un circo pobre es de uso personal?
Miseria fatal que hace morder polvo a la vida de un bebé sin madre, sin padre, sin quién le propicie una sonrisa, un pan, un abrigo para empezar su aventura humana en este rincón del universo. Entre tanto “Dios”, con su silencio despiadado, se embriaga y cabriolea al ritmo de este sufrimiento, hace caso omiso al clamor humano. Todopoderoso salvaje y anodino, merecedor de ser calcinado por el cerebro reflexivo del hombre.
Crecemos con la cicatriz de haber nacido.
Sublime collage de voluptuosidades condenado por masturbadores hipócritas.
Atajo donde vuelos, piedras, océanos y el tiempo rebasan la frontera de mi nada.
Oscilar en el tiempo y el no tiempo. Abandonarnos al acontecer. Ser-no ser cuando la opacidad permea los sentidos. Gozar la neblina, la que lleva pueblos en sus costillas, el verde en la humedad, el vehículo en el azul. Facilitarle la oportunidad al hormiguero de degustar la lengua, a una hora exacta o en la nada de cada paso por darse.
Incineraron mi inocencia a través del bautismo. No hay Dios compasivo que me levante de las cenizas al decretar mi excomunión.
En ocasiones soy la alegría y me olvido de mis sumas y mis restas, del cloroformo y del tributo, del bagazo de Dios y del vampiro succionando la dimensión de cuanto existe, de los escondrijos en la piedra, de mis siglos friccionados por el pavor de cada día, de la ventana donde vive la costumbre, de la exclamación de mis entrañas ante el culminar de la noche. Me olvido de mis ansias sin decirle a nadie, sin consultar al hábito del vivir y ocurren la flor, el grillo, el perro metafórico, el bosque en todo su fruto, vibrar sublime que me conquista.
Diviso la orgía de gusanos en el caserón de la guayaba, comarca de la dulzura, de lo sexual que es el deleite del rosado.
Recapacito el uno por uno como matemáticas ruin de mis entrañas.
El resultado del manejo político, social y económico en los países subdesarrollados, es semejante a un tren que viaja sin rumbo, por un paisaje sin rieles, con sus vagones abarrotados de vidas miserables.
Todas los días cada quien se espera dentro del espejo.
Primero dejarnos seducir por la palabra, después empezar a palpar la palabra, practicar ciertos amoríos con ella, tener palabritas con la palabra. Con el tiempo suplicar el silencio, para que se convierta en redentor de nuestro espíritu en llagas, luego de tanta gimnasia sexual con esta expresión del amor.
Cuando le tenemos temor a la muerte la muerte enrostra la permanente tertulia con nuestros egos.
No creo en la manzana de la biblia. Sin embargo la palpo, la pelo, saboreo desde la tierra su tallo, su savia vital. Me entretengo con su suavidad, su dulzura y se convierte en la Eva del paraíso, lugar que queda allá en el terreno de algún Adán que sufre, ora a través de su sudor y es torturado en la eucaristía que promulgan los hipócritas del mundo. De todos modos mastico a Eva como un hipócrita más…
Todo maestro de la palabra entra en comunión consigo mismo.
Mi yo interno busca la manera de hacer amistad con mi yo agrietado de egos. Permanecemos juntos, él con sus malabares de creerse único, entretanto yo pienso en su sombra que maldice la oscuridad, como si esta no fuese luz inversa de nuestra propia sangre.
Me ensimismo con palabras nunca dichas. Me sumerjo en el albor del silencio.