Un mundo donde no exista la palabra ni el silencio. Un mundo absoluto, que flote en el vacío y haga del vacío un mundo sin tiempo, sin eje, sin destino. Un mundo genuino. Un mundo insólito y necesario. Un mundo sin peso ni memoria. Un mundo de nada, infinidad de lo improbable. Un mundo sin vida, sin muerte. Un mundo en el blanco sin distancia. Un mundo para el sin mundo. Un mundo sin antes ni después. Un mundo sin omnipotencia imaginada. Un mundo con sombra paralela a un mundo sin sol. Un mundo del color por inventarse. Un mundo invisible a quien no sabe imaginar, ni despertar su asombro.
Día que da saltos cuánticos hacia el pasado, su anochecer desagua incertidumbre, devela el círculo vicioso al perpetuarse como átomo de tiempo rígido. Así el lunes o jueves, domingo o miércoles, sábado, martes o viernes, demagogia del devenir que aprovecha el presente, para plasmar la rutina del hoy de siempre.
Hay momentos en que me da por creer en Dios, no siempre un lunes…
Zambullirse en la hierba que hay en el rocío, nadar la luz, antes que se dilate la tarde de los pensativos.
El servilismo incuba desastres somáticos. Es decir, la sumisión atraviesa los nervios espinales, encorva la razón, la masa cerebral queda devastada, hasta el grado de hacerle creer al esclavo que es un demócrata.
De ginecólogos y urólogos urgen las decepciones amorosas.
El ego es graznido cuyo eco se enjaula de superyó.
La brisa se desvertebra de brisa, en el enclaustramiento.
Ese cimbronazo orgásmico. Esa maravillosa explosión en la sangre. Esa sujeción de la carnalidad, que resuena maravilloso materialismo. Milagro de las células, que gracias a Dios (¿…?) el sexo nos provee.
"Sangre azul” regresa al cuello antes del amanecer.
Imposible no correlacionar tiempo y tedio. El tiempo en el tedio. El tedio en el tiempo. Darle la oportunidad a sus variantes, para que desarrollen un compendio de la duda, en el momento en que el uno y el otro confluyan en un punto, en que se miren como si fuesen reflejo exacto. De este modo, quien soporta dichas circunstancias se observe a sí mismo como parte y todo.
Aunque es epiléptico de la escritura, publicó un tratado que tituló: La enfermedad de escribir.
Evangelios apócrifos donde el rebuzno del burro, el que montó Jesús de Nazaret, despierta mis sentidos contra cualquier adoctrinamiento.
Me interesa el aplauso, solo cuando contribuye a matar zancudos.
Diseccionarle a la existencia silencios, antes de escribir poesía.
Absorto en el devaneo de la duda, el haber nacido.
Arribismo, virus milenario de la estulticia.
La manía de acumular riqueza se convierte en ruina mental. Embelesamiento que termina en conjuntivitis del deseo.
Toda murmuración la conecto al lenguaje del loro.
Ante el estropicio filosofal del materialismo que habita en mí, olfateo el jardín colgante de Babilonia y me dejo llevar por el sueño de dormir en brazos de Dulcinea.
Vidas que se deshilan en el trompo romo de la vida.
Traducir el poema a metáforas que descarnan existencia.
Mirarla como ave que se redacta en el aire de un cuento, en el cual vuela hacia realidades lujuriosas.
Está por verse, amenaza el ciego a su circunstancia de no ver.
¿Filosofando? El viento sopla sobre tus mejillas.
Ama la imbecilidad porque en ella admira el reflejo de cuanto es, de esta manera el estúpido es un narcisista que se ahoga en el lodo de la mediocridad.
Para que no se llegue a criticar el YO sabelotodo, aceptar que 2 más 2 no es igual a 6.