El presidente y las campañas

28 febrero 2018 3:59 am

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El presidente Santos hizo pública una carta enviada a quienes aspiran a la presidencia del país, una especie de manifiesto de temas que, según él, deben seguirse trabajando en la búsqueda incesante de tener un país en paz, con crecimiento y desarrollo. Un balance válido en medio de tanta polarización electoral, de una arremetida del Eln en busca de mostrar vigor militar y un país convulsionado entre la corrupción y los requerimientos de distintos sectores poblacionales que anuncian paros y protestas.

Por fuera de elementos como: si fue pertinente en el tiempo, si fue positivo ese legado o si le corresponde dar consejos; la misiva deja unos temas que desde las distintas candidaturas poco se quieren asumir con seriedad. Esta es una campaña continuación del plebiscito, sigue cimentada en la polarización, en el miedo, en la desinformación, pero lo que es más preocupante aún, en la falta de propuestas serias para el país. Lo peor es que algunos candidatos si se han atrevido a presentar propuestas sobre las temáticas que el mismo Santos presenta, pero la frialdad del proceso electoral ha conducido a que esos tenues brotes de madurez en la discusión política sean respondidos con interpretaciones falsas, con tergiversaciones como forma de destruir los argumentos.

Por fuera del acuerdo con la Farc -que ha exacerbado la violencia contra líderes sociales: en año y medio han asesinado a más de 215-, es difícil observar que en estos últimos ocho años haya habido un cambio significativo en la evolución del modelo de desarrollo, el mismo que ha conducido a la concentración de la riqueza -el país ocupa el séptimo lugar en desigualdad en el mundo-, al escaso crecimiento -1.8% en 2017, pero el promedio en las últimas tres décadas es del 3.5%-, a la informalidad empresarial y laboral, que alcanza cifras del 48.4%, al menoscabo de sectores como el agropecuario -que aunque ha crecido en estos últimos años, viene de unos descensos que lo han llevado a aportar hoy solo el 6% a la estructura productiva del país- o la industria -que no solo decrece al -1%, sino que sigue perdiendo participación en la estructura económica, como ha sido en los últimos 20 años-, aun a pesar de algunos esfuerzos realizados para contrarrestar estos fenómenos estructurales. Se ha mantenido eso sí la prevalencia del sector minero energético y en especial al sistema financiero, que sigue explicando, en muy buena proporción, el crecimiento de la economía colombiana, de hecho, el crecimiento del año 2017 fue del 3.8%, solo la intermediación financiera creció el 6.7%. y es el sector que mayor crecimiento ha tenido en las últimas décadas.

Es cierto que se han logrado avances, que hay mayores coberturas en servicios esenciales y de la protección social, que el país ha avanzado en temas de infraestructura y logística. Negarlos no sería sensato. Pero insistir en que los caminos escogidos en temas como educación, salud, pensiones, provisión de servicios domiciliarios o en el mundo laboral, por solo citar algunos, no se corresponde con la realidad, la misma que sigue demostrando un país donde la calidad de estos bienes y servicios ha estado supeditada a los intereses particulares, derivados de posiciones dominantes en los mercados y por tanto a prevalecer la rentabilidad en su prestación. Ni que se diga en temas de gasto público, tributación o las ferias de corrupción.

A la par con esto y tras decisiones que llevaron desde hace ya más de dos décadas a optar por el libre mercado, la industria manufacturera y el mundo rural han reducido la creación de valor, de empleos decentes y por ende de riqueza y desarrollo para el país. Con una situación peor, la falta de titularidad sobre la tierra -el 18% de los propietarios no posee títulos-, su posesión ilegal e incluso la escasa tributación sobre los predios rurales en el país, como consecuencia de la falta de catastro rural -solo el 44% de los municipios lo tienen-.

Poco de esto se discute entonces, ante la polarización y la campaña desatinada que se lleva, la economía se reciente, la incertidumbre acecha y es la población de ingresos medios y bajos quienes empiezan a padecer las consecuencias. El llamado a una campaña temática y propositiva viene del presidente, que promete garantías y no inmiscuirse, como debe ser, pero también se queda corto, y debería ser la exigencia de la población que es en últimas quien debe soportar la feria de egos y, lo que es peor aún, que sus condiciones de vida se deterioren ante la incertidumbre que se genera por la irresponsabilidad de quienes hoy aspiran a ser el gran líder de nuestra nación.

*Docente de la Universidad de La Salle

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