Josué Carrillo
Como se anotó en la primera parte de la historia de este singular club, la música fue un elemento que acompañó a todos los socios en sus últimos días. Mención especial merece ‘Triste domingo’, que era otro de los discos que más solicitaban los socios que estaban próximos a emprender el viaje sin retorno; esta melancólica canción de amor y muerte, de origen húngaro (Szomorú Vasárnap es su título original), según los críticos, tiene más de vals o de adagio que de tango, es de un tono sentimental y cuenta la historia de un enamorado que esperaba a su amor un domingo, pero éste no llegó y desde entonces, para él, todos los domingos son tristes; le ruega que vuelva a él este día y le anuncia que lo encontrará en medio de un altar mortuorio. El título tiene que ver, muy seguramente, con el hecho recurrente de que los suicidios tienen lugar casi siempre los domingos. La música y la letra inicial son del pianista Rezcö Seress; un amigo suyo, el poeta László Jávor, le varió la letra original y le puso ese tinte lastimero y triste que dio origen a una ola de suicidios en Hungría, Alemania, Inglaterra, Italia y Estados Unidos. Al cantante Pál Kalmár se le encargó ponerle la voz al tema. “Mi corazón y yo hemos decidido terminarlo todo” dice la canción, que ha tenido muchas traducciones y la versión del inglés ha tenido otras varias. Todos los traductores y letristas han reelaborado el texto desesperado de Seress.
Cuando la canción llegó a Norteamérica la llamaron ‘la canción húngara del suicidio’, porque se pensaba que todo en ella, su letra y su melodía, incitaba a los amantes angustiados a buscar afanosos una dosis letal, un arma con que destruirse el cráneo, una soga y un árbol de donde colgarse, o una ventana por donde arrojarse al vacío. Por esa razón, esta canción fue vetada en muchas emisoras y clubes nocturnos en Estados Unidos y Hungría, incluso en la BBC de Londres estuvo vetada durante 61 años, hasta el año 2002. A pesar de la gran cantidad de suicidios que se dice estuvieron relacionados con ella, muchos de los cuales dejaron claros indicios de que esta canción acompañó al viajero en sus últimos momentos, todo ha sido objeto de conjeturas. Sin embargo, no parece ser casual que el autor de esta exitosa canción, Rezsö Seress, quien se lamentó de que el éxito de Triste domingo hubiera acrecentado su desdicha, porque estaba convencido de que jamás podría componer un éxito igual, en el afán de terminar su vida saltara por una ventana de su apartamento en Budapest, pero sobrevivió; mas como la decisión estaba tomada, se ahorcó con un alambre en el hospital, el 13 de enero de 1968.
Triste domingo es cantada en español por Agustín Magaldi y también por Mercedes Simone, ambas interpretaciones, con textos diferentes, le hacen honor al título, puesto que son de una tristeza inmensa y una profunda melancolía. Tanto por la letra como por la música, es fácil entender por qué este disco era uno de los más favorecidos y solicitados en nuestro famoso club; con él, quien alguna vez se haya sentido atraído por acompañar, por voluntad propia, a la dama que llega armada de guadaña, y siente que desfallece en su deseo, le basta con oír esta melodía para que sus intenciones tomen nuevo aliento. Hasta donde se ha logrado establecer, la versión más oída en La Puerta del Sol era la de Agustín Magaldi y este es el texto de la fatídica melodía:
Triste domingo
Triste domingo con cien flores blancas,
murmura el amante,
que vivió esperando,
su cita galante.
mas fue vana espera,
soñada quimera.
Triste domingo con cien flores blancas,
te esperé, amada, lleno de emoción.
mas a la cita tan solo el recuerdo,
trajo en sus alas la desilusión.
Sin tu cariño mi pena es la pena,
bebo mi llanto y no se consuela,
mi corazón.
Y así al pobre amante dobló el desconsuelo,
y hoy clama a su amada con llanto de duelo,
truncada su suerte en flores de muerte.
Este domingo no faltes amada,
con otras flores volveré a esperar,
con muchos cirios las manos unidas,
sobre mi pecho y una cruz detrás.
Y si mis ojos muy fijos te miran,
tú nada temas que mi despedida,
te quieren dar.
Por fortuna en ese entonces sólo se conocía la versión de Magaldi que, aunque melancólica, no entrañaba el desespero que contiene la letra del poeta László Jávor.
Los socios
Pertenecer al Club de los Suicidas no era exclusivo de una determinada clase social; sin embargo, a él no pertenecieron campesinos, ni limosneros, tampoco hubo locos, retrasados mentales o lisiados; todos los que ingresaban al club eran jóvenes bien almidonados y compuestos que frisaban en los 21 años y provenían de los estratos más altos y de familias distinguidas de la sociedad de Armenia.
Entre los nombres de los socios que se han podido rescatar está el de Aristóbulo Mejía Jaramillo, quién en medio de una exaltación violenta por un amor frustrado, en actitud soberbia, decidió terminar este paseo con la ayuda de una cápsula de cianuro. De Samuel Ángel apenas se alcanza a rescatar su nombre del olvido. También hubo quienes resolvieron colgarse de un árbol en algún sitio apartado de El Bosque. Tres hermanos de la familia Castiblanco se inclinaron por la pólvora: uno se pegó un tiro en la sien; otro se despachó con un tiro en la boca, y el tercero se puso un taco de dinamita en la boca y se voló los sesos, que no las esas.
Hay un relato frío e impactante que hizo un sobrino de los Castiblanco:
“Tiempo después, a las 11:30 del 31 de diciembre de 1939, estando mi abuelo con mi tía y su novio en espera del año nuevo, mi tío llegó diciendo: “Buenas noches. Me despido, porque me voy de este mundo”.
“¿Cómo?”, dijo el abuelo. Y él respondió: “Sí, porque me voy a matar”.
Y sin más preámbulos, extrajo un revólver y se disparó en la sien. “Tres meses después mi papá hizo lo mismo, pero el disparo fue en la boca”.
Epílogo
Es difícil hacer un juicio sobre lo que fue el Club de Suicidas, pues con el tiempo se han perdido muchos detalles; se han olvidado, o quizás nunca se conocieron, los motivos que llevaron a numerosos jóvenes a tomar la determinación de poner fin a sus vidas; sólo se conocen detalles de las circunstancias y uno que otro nombre de los socios. Seguramente es aventurado sostener que este club haya sido una de esas oleadas de suicidios que han sacudido al Quindío, sólo que a esta se le dio un nombre, con el que se conoce aún 80 años después, y tuvo unos formalismos que la caracterizan, como lo son el juramento de afiliación, el sorteo para determinar quién seguía de turno en la terrible lista y la fecha de su ejecución. En las oleadas trágicas posteriores todo el que se suicida lo hace sin avisarle a nadie, su determinación no está programada con día y hora. Nadie hace ni cumple juramentos, como tampoco nadie asiste a sitios en plan de reunirse con compañeros de una fatídica cofradía. Ninguno de estos formalismos lo han tenido las otras olas de suicidios como la que vivieron hace un par de años Armenia, La Tebaida y Quimbaya, donde semanalmente se tenía noticia de por lo menos un acontecimiento de estos, con el agravante que en los últimos años el suicidio se ve en adolescentes e incluso niños. Casi se puede decir que este fenómeno es una peste.