Alpher Rojas Carvajal
Del notable jurista quindiano, César Hoyos Salazar, a propósito de su sentido fallecimiento, como ya reconocidos escritores lo han registrado con apropiado brillo en sus columnas, es preciso afirmar, fue un caballero a carta cabal cuya distinción permitió a gran parte -si no a la mayoría de sus conciudadanos-, experimentar al saludarlo o al escuchar sus memorables exposiciones una instintiva simpatía, una admiración afectuosa.
No era sólo su sencillez o su generosidad en el trato lo que le abría paso a esa especie de consenso sobre su respetable notoriedad, lo que atraía a sus conciudadanos, si no su genio intelectual y su honradez profesional tanto como su talento creativo para dirimir controversias en el terreno de sus competencias.
Y, de manera especial, una ética a toda prueba, demostrada en el ejercicio de su cultivada multidisciplinariedad y en las actividades públicas y privadas en las que sobresalió por su pulcritud ejemplar y su capacidad para resolver asuntos complejos.
Poseía un discernimiento especial para esclarecer enmarañadas situaciones, tal vez igual al de sus distinguidos colegas de profesión Horacio Ramírez Castrillón, Jorge Arango Mejía y Ramón Buitrago Herrera, intelectuales virtuosos cuyas mentes agitaron otras mentes despiertas y ampliamente cultivadas en las ciencias sociales.
Poseía el principio de organización único y central de su universo intelectual, conceptual y moral. Es decir, una imaginación histórica, tan fuerte, tan amplia, que abarcaba todo el presente y el futuro de la estructura de un pasado rico y multicolor.
Como en una exquisita combinación y mezcla de dones, a César Hoyos dichas condiciones esenciales le facilitaban ver al mundo y a la sociedad desde una perspectiva del humor agudo y puntilloso que al tiempo con una solemne jocosidad destacaba un pensamiento crítico que solía enlazar con su conocimiento profundo de la historia de las ideas.
César Hoyos fijaba criterios y creaba llamativas situaciones con las cuales buscaba que la ciudadanía comprendiera plenamente lo que se requiere para promover una sociedad buena, justa y satisfactoria. A su prestigio y a su personalidad agregó un grado de serena habilidad política que ningún otro quindiano había logrado hasta entonces.
Con Isaiah Berlín (de quien era su lector apasionado) solía afirmar que no siempre se puede ser compasivo sin engañar a la justicia, o que “tanto la igualdad como la libertad son finalidades positivas, pero rara vez se puede tener más de una sin renunciar a parte de la otra”.
Con su llegada a la Alcaldía de Armenia como segundo mandatario elegido por voto popular (1999), Hoyos Salazar impuso el sello de la moralidad pública y, en general, cambió los términos del debate público hasta entonces controlado por maquinarias clientelistas y corruptas. Para lograrlo jamás sacrificó ningún principio político fundamental para incrementar el poder ni excitó pasiones viles para destruir enemigos.
César Hoyos tenía más aversión a los incultos, a los embusteros y a los hipócritas que a los crueles y a los aventureros astutos. El conocimiento es liberador, solía decir. Controvertía a los teóricos sociales de diversas escuelas porque en ciertas ocasiones intentan convencernos de que el concepto de grandeza es una ilusión romántica, una idea vulgar explotada por políticos o publicistas y que siempre se disipará ante un estudio profundo de los hechos que motivaron la consagración de ese frágil adjetivo.
No, decía César en una de sus célebres providencias como presidente del Consejo de Estado, recordando una afortunada sentencia de la filosofía griega. `la grandeza no es un atributo específicamente moral, no es una de las virtudes privadas. No pertenece al ámbito de las relaciones privadas.
Con ese inmenso bagaje intelectual llegó a ser director regional de Fenalco, profesor de la Universidad del Quindío y de la Gran Colombia y decano de la facultad de Derecho de esta última. Reconocido como uno de los abogados más prestigiosos de la provincia cafetera, estuvo al frente de la dirección jurídica de la Federación Nacional de Cafeteros, y luego ingresó al Consejo de Estado, Alta Corporación en la cual ocupó su presidencia en un período convulso de la institucionalidad nacional.
Con su habitual serenidad el doctor César Hoyos fue hombre de inmensa autoridad moral y natural, dignidad y energía. Era calmado, paternal, imperturbable, seguro de sí mismo, nunca lo arrastró la corriente, siempre estuvo al mando. Vaya un fuerte saludo solidario a su familia, en especial a su digna esposa Elsa Marina e hijas: Carolina, Elsa Victoria y Juliana.