Por Edgar Giraldo
Vimos en el anterior artículo “Ahora la Mermelada tiene nombre registrado”, cómo se organizó el derroche de los auxilios alimenticios, para hacer una trampa legal. Es decir, comprar una costosa canasta de alimentos al amigo del alcalde; en vez de negociar una más económica a los fabricantes o los grandes distribuidores.
Ahora tenemos otra maroma del mismo astuto ministro, pues según él, durante la supuesta apertura gradual de los negocios, podrán funcionar ciertas fábricas, (colchones, automóviles, muebles etc. ). Sin embargo, estos productos no se podrán expender al público porque el comercio está cerrado. ¿Entonces para qué las fabrican?
Las consecuencias de semejante disparate, son imprevisibles. Primero que todo, el fabricante necesita vender para obtener el dinero para pagar a sus obreros, comprar la materia prima que ya le fiaron a 30 días, y pagar su arriendo.
Tampoco tiene facturas de venta para ir al banco y entregarlas como respaldo a la deuda y plantear un factoring.
¿Entonces cómo cree el ministro que se reactive la economía, si la mercancía está pudriéndose en una bodega?
Estos ministros del gabinete son expertos en economía, macroeconomía y comercio internacional, estudiaron en prestigiosas universidades del exterior, coleccionaron masters y PHD pero nunca en la vida se han untado de pueblo, no saben qué se necesita comprar para hacer un almuerzo y jamás han ido a una plaza a negociar una yuca.
Ellos al igual que los niños, usan un pensamiento pre lógico funcionando como un sistema de causa efecto, sin medir consecuencias:
Si el dinero se agota impongamos una reforma tributaria.
Si no tenemos popularidad, gastemos publicidad para mejorar la imagen.
Si no hay circulante, démosle el dinero a los bancos.
Si se acaba el dinero, entonces emitamos moneda
De manera que al paso que vamos, todas la fuentes de dinero, tarde o temprano, se agotarán: las de las próximas reformas tributarias; las de la reservas internacionales; las de los préstamos internacionales; las de la venta de las empresas del estado, los préstamos del Banco de la República y así sucesivamente hasta que el país se desintegre en un tsunami de despilfarro.
¿Entonces qué vamos a comer cuando todas las arcas estén secas?
Terminaremos como todos los antiguos dictadorzuelos del tercer mundo: cerrando el Congreso (ya casi) y encendiendo las fotocopiadoras del Banco de La Republica para imprimir billetes a la lata. Entonces quedarán así abiertas las puertas para una inflación de tres dígitos, tal como ocurre en Venezuela o pasó en Argentina.