Arte y Cultura para una mejor vida colectiva

7 febrero 2018 4:17 am
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Practicando el rasgo más típico de los colombianos, de todos los pelambres, el de sabérnoslas todas, hace ya muchos años viajé a la capital de los Países Bajos, que son de hecho un solo país, llamado Holanda. Viajé como miembro de una de esas pomposas “delegaciones” oficiales, en representación del gobierno en una misión por Europa. Meses antes, yo había sido nombrado por el Presidente Barco en un cargo relacionado con los deportes.

Digo que son “pomposas” porque los únicos dos miembros de la mentada delegación, sustantivo que lleva a pensar, por ejemplo, en la numerosa tropa de técnicos y jugadores de la Selección Colombia, éramos solamente mi maleta y yo.

Lo primero que sufrí, gracias a mi sabiduría colombiana, fue un frío golpe a mis nociones y convicciones sobre las propagandas turísticas, y a mi ingenua creencia de que toda la “gran prensa” y noticieros de radio y TV de Colombia y el mundo informan la verdad.

Pero, la verdad es que uno aprende no sólo durante el ejercicio de la firme intención de participar en un proceso descrito como aprendizaje: aprende de lo que es, ni más ni menos, la cruda realidad, pues en mi maleta llevaba nada más que un par de trajes, de esos que usaba en los inefables cocteles de Bogotá Distrito Capital. Eran, además, trajes nuevos, como me recomendó María Cristina, mi siempre informada y elegante esposa: “Para que no te digan en Europa que los hombres colombianos, incluidos los habitantes de las urbes capitales, piensan únicamente en paisajes con matas de yuca, café o plátano, o en tocar maracas o guitarras, montar en “Chivas” y vestir con el uniforme de Juan Valdez”. Y, mientras me miraba a los ojos, sentenció ella con voz muy tierna: “Porque Colombia es un país de culturas diversas”. (Hago aquí un paréntesis: el contexto más favorable para el aprendizaje se llama Amor).

Lo del frío golpe fue literal: con mi saquito –de fino cachaco bogotano- el gélido viento en La Haya hizo que Manuel López Trigo y Juan Luis Romero, de las delegaciones de Costa Rica y Guatemala, trajeados como yo, camináramos las calles como en las películas de la National Geographic. Las de los pingüinos reunidos en montonera como la única defensa ante los embates de las terribles ventiscas del Polo Sur. Pero estábamos en la segunda o tercera semana de la llamada Primavera del hemisferio Norte, que en todas las propagandas, guías y anuncios publicitarios de turismo adoban con imágenes de campos de tulipanes florecidos, molinos de viento y mujeres muy rubias, peinadas con trenzas, de delantales blancos, en extremo sonrientes. No miento si afirmo lo contrario: todas las mujeres que veíamos, de todas las edades, conduciendo bicicleta o a pie, coincidían en andar de malas pulgas, echando madrazos por el viento y el frío tan hijueperra.

Ese día, luego de la reunión con gentes del gobierno de Holanda, nos dividimos las tres delegaciones. Manuel y Juan Luis fueron a visitas de cortesía a sus embajadas. Yo me fui en tren hacia Ámsterdam, a visitar el Museo Van Gogh, para cumplir uno de los sueños de mi vida: el de ver –en carne y hueso- las obras de uno de los genios del arte universal.

Alcancé a llegar una hora antes del cierre. No puedo con palabras, y creo que resulta difícil para cualquier mortal, describir lo que me sucedió al contemplar –a menos de dos metros de distancia- la primera de las obras, iluminada ante mis ojos. Para hacer un símil, se siente, se experimenta una conmoción espiritual, mental, emocional y física, similar a la del momento en que –hombres y mujeres- contemplamos por primera vez a un hijo o hija recién nacidos. Entra uno en una especie de éxtasis de alegría, un regocijo interior infinito, en el que participan no sólo nuestras neuronas: se sienten las palpitaciones del corazón, de ordinario imperceptibles en los afanes de la cotidianidad. Y cala hasta en huesos y músculos, vibrando por cuenta propia, de pies a cabeza.

Dicho esto, conecto con el ahora y la breve conversación que mi esposa, María Cristina Mejía Arcila* y yo sostuvimos con la bella e inteligente Rosa Ángel, primera Secretaria de Cultura de Pereira, luego de la reciente transformación de la entidad que allí operaba como Instituto Municipal. María Cristina me acompañó a una cita con el artista y curador James Llanos Gómez, para ultimar los detalles de una exposición de mis obras, programada para el próximo 9 de marzo en la Sala Carlos Drews Castro. Nos encontramos –de sorpresa- con Rosa a la entrada de sus oficinas, en el Centro Lucy Tejada. Al vernos, sacó cinco minutos de su apretada agenda para compartir un café, justo al frente.

Para quien no lo sepa, cuento que Rosa Ángel Arenas no llegó a ese cargo por casualidad o compromisos políticos. Llegó por estudios, logros y méritos que superan sus atributos físicos, y su hablar pausado y dulce. Fue previamente –por largo tiempo- curadora del Museo de Arte de Pereira. Artista, Maestra en Bellas Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Máster en Tecnologías digitales interactivas de la Universidad Complutense de Madrid, y –como si fuera poco- aspirante a Doctora en Artes de la Universidad de Castilla la Mancha.

Por simple curiosidad, le pregunté: Contame: ¿Cuánto es el presupuesto de la Secretaría de Cultura para el 2018? Ocho mil millones de pesos, sin incluir fondos para infraestructura- respondió sin titubear. Y agregó: es que este alcalde la tiene clara. Hace parte del uno por ciento de los políticos en Colombia. “¿Cómo así?” le pregunté. Ella me miró, condescendiente, casi con pesar, como diciéndome “no sea bruto” con la mirada, y respondió: “Con la promoción de la cultura y el arte para todos los ciudadanos, no buscamos convertirlos en Van Goghes, Obregones o artistas por el estilo. Pero la cultura y el arte, está demostrado en el mundo entero, son las únicas puertas comprobadamente exitosas para un objetivo más ambicioso: la cultura de la convivencia y el progreso colectivo. Lo que también se llama Cultura Ciudadana”. Para concluir, me permito agregar: los aspirantes a cualquier cargo público, por nombramiento o elección, desde edil a presidente, deberían por ley acreditar -por lo menos- una especie de “cursillo prematrimonial” como el que obliga la iglesia a los novios: un cursillo con un barniz de lo que en realidad significan las Artes y la Cultura para mejorar la calidad de vida de los pueblos.

Armenia. Febrero 4, 2018

(*) Directora del Museo de Arte de Armenia y el Quindío MAQUI, desde 2013 a la fecha.

PS: Fotografía de mi obra Muchacha con perros. Acrílico y óleo sobre lienzo, 80 x 100 cm, 2012, que estará en la exposición titulada Lo Invisible de lo Visible, que abrirá en Pereira el próximo 9 de marzo. (Propiedad de la talentosa y premiada artista colombiana Lorena Fernández Abuchaibe. Se colgará mediante préstamo, sólo con fines de exhibición)

 

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