Que si el artículo o el inciso; que si el decreto o la ley. Que si 15 ó 30 metros al lado de las quebradas; que la norma es solo para las zonas rurales y no para las urbanas. Que los vendedores ambulantes no pueden apropiarse del espacio público. Que los constructores están perdiendo plata. Que se afectarán los indicadores de PIB local; que son los mayores empleadores del departamento, y sus afectaciones recaerán en una pérdida de puestos de trabajo. Y entonces se yergue una amenaza: que serán los pobres, los que requieren esos empleos para sostener a sus familias, quienes sufrirán las consecuencias. Hablamos del POT.
Pero no solo las voces humanas hablan sobre ordenamiento del territorio. También el río se resiste a seguir cargando con descomposición y venenos, el aire con partículas dañinas, y el paisaje a dejarse transformar hasta el límite posible de la fealdad. Emerge entonces el paisaje: ese espacio de continuidades entre una primera y una segunda naturalezas. Ese que con el nombre de Paisaje Cultural Cafetero engloba todas las dimensiones de nuestra vida pero que los letrados se disputan como marca a partir de límites inventados de los que no saben las entidades que nominamos como naturaleza y/o paisaje. Una marca, que como todas las similares alrededor del planeta, no es más que un anuncio de desaparición elevada a la categoría de patrimonio de la humanidad, para ver quién se queda con los últimos reductos. Una mercancía nueva convertida en terreno de disputa; Armenia y el Quindío ofrecidos como algo que no es.
A no ser que quienes hasta ahora han operado en el centro del poder regional entiendan que la legitimidad de esta posición encuentra su límite en la periferia creada por el modelo de desarrollo que controlan. Una periferia que se amplifica y presiona pues también quiere ser centro, pero que en nuestra infinita ceguera solo atinamos a señalar como vándalos, gentes sin sentido de pertenencia.
Volviendo al punto de partida, razón tienen quienes argumentan que normas y leyes hay suficientes. Y también tienen razón quienes señalan que, en algunos momentos del país y la región, se han logrado acuerdos mínimos, elevados a normas, pero que éstas han sufrido el asecho –o el eufemismo llamado ´lobbying´-, para su desvertebración. Ante estos sucesos, escojo la voz del periodista Javier Darío Restrepo, registrada en la publicación “Ética a la Mano” de Comfenalco-Quindío quien indica que “la ética no es solo asunto de normas escritas en los códigos; es una lección de respeto al otro, una compañía que hace de la vida algo digno y noble”.
Es decir, una ética que en clave de construcción de ciudad significa respeto por el otro. Ese otro que en una visión biocéntrica significa darnos cuenta de que somos seres de naturaleza; esto es, de vínculos. Es sobre un prospecto de ciudad como ésta, comprendida como cultura y por tanto como una segunda naturaleza, como espacio continuo de naturalezas, que podremos moldear escenarios de convivencia, solo posibles en la medida que sean cimentados sobre la confianza mutua. Una ciudad sana, sería aquella en la que se adopte el comportamiento de los árboles en los bosques. “Entre ellos se lleva a cabo una igualación de debilidades y fuerzas a través de un intercambio activo de las raíces: allí sucede que el que tiene mucho cede y el que tiene poco recibe ayuda”. Así surgiría la vida digna y noble que todos deseamos.
La confianza implica transparencia. Una condición para que ésta suceda tiene que dar cuenta de las cifras transmitidas por el Dane para el Quindío. El último año estudiado, 2016, nos ubica como un departamento con desempeño por encima del promedio del PIB nacional, siendo servicios (léase turismo) y construcción los sectores que más aportan; al tiempo nos señala cada año como uno de los tres con mayores índices de desempleo. Conclusión: la riqueza producida no se redistribuye con equidad. Sin eufemismos: aquí no ha dejado de suceder un proceso de apropiación indebida de la riqueza colectiva. Así, una explicación de la violencia y brotes vandálicos sería dada por la simetría de asentamientos humanos acechantes: el barrio olvidado construido sobre exclusiones, y los recientes enclaves de lujosos y elevados edificios, en particular en la avenida Centenario, que se apropian de todas las vistas hacia nuestra hermosa cordillera.