Corrupción es quizá el término más repetido por estos días desde el norte de la República Mexicana hasta la Tierra del fuego en Argentina y Chile. Viene del latín “corrumpĕre” compuesto por el prefijo “co” de “cum” agregación y “rumpĕre” que quiere decir romper trastornar o desordenar la forma de algo.
Echar a perder, enviciar, pervertir, depravar, dañar, degenerar o pudrir. Sobornar a alguien mediante obsequios. No es reducible al uso indebido o en beneficio propio de los bienes públicos por particulares o grupos de poder. También abarca el vicio o el abuso de la lengua para simplificar, encubrir, acomodar o tergiversan la realidad (o la propia corrupción) de acuerdo a oscuros intereses que generan actitudes, comportamientos o formas de ver la realidad de los ciudadanos.
La famosa novela de George Orwell titulada 1984 marca un hito sobresaliente en la novela política del siglo XX. A partir de ella se han acuñado términos como “orwelliano” para nombrar a las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras. Sin embargo, como lo han señalado algunos analistas de la obra, el término «orwelliano» en realidad hace referencia a la importancia que desempeña el lenguaje en la formación de pensamientos y de emociones.
A primera vista, en una sociedad totalitaria la sumisión de sus miembros se consigue a través del terror. Sin embargo, 1984 describe maneras mucho más sutiles y soterradas de someter a su población: a través de la propaganda y del lenguaje. El régimen elimina palabras del idioma original para crear un dialecto oficial, la «neolengua», simplificando o tergiversando el lenguaje para evitar el desarrollo del pensamiento crítico. Esta práctica al parecer no es patrimonio de los regímenes autoritarios o totalitarios del siglo XX. Marshall Shalins en su libro La ilusión occidental de la naturaleza humana (FCE. 2011) demuestra la vigencia de esta corrupción en los E.U. donde se ha justificado la usurpación de bienes públicos por una minoría de ricos con lemas como “conservadurismo compasivo”. Este slogan puesto en escena en la campaña presidencial de J. Bush (hijo) consistía en que los fondos del gobierno destinados a ayudar a los pobres, enfermos, analfabetos, etc. deben entregarse a las organizaciones cristianas privadas de caridad , a las más conocidas…las que exigían a las personas asistir a la iglesia y tomar cursos de la biblia, violando unos de los principios del Estado Norteamericano: La separación del Iglesia y el Estado.
La(s) “neolengua(s)” se pueden rastrear desde lo que podríamos llamar el núcleo duro de la cultura occidental. Según Tucídides en una de las primeras guerras civiles que se desencadenaron en el mundo griego, la guerra civil de Córcira en el año 427 a.c., se llega a tal extremo que hasta el idioma es corrompido. Así, las conspiraciones eran presentadas como legítima autodefensa; la prudencia como cobardía espuria; La violencia frenética como hombría y la moderación como falta de virilidad. Los juramentos no significaban nada. El único principio que prevalecía era el interés propio.
La “corrupción del lenguaje”, como arbitrario e interesado cambio del sentido y significado de las palabras de forma que esté acorde a la ideología reaccionaria y oscura de algunas elites políticas desborda hoy los medios de comunicación en nuestro país que fungen más como altoparlantes que cualquier otra cosa. Ejemplos cercanos los tenemos en el uso de eufemismos como “buen muchacho” para referirse a delincuentes condenados por la justicia; en el autocalificativo de “limpio y transparente” practicado por las mafias de cuello blanco; en afirmaciones como "Reconocer el conflicto es reconocerles legitimidad a los terroristas” con la intención de reducir todo a una guerra entre “buenos y malos”; en el calificativo de “cómplice del terrorismo” contra todo defensor de Derechos Humanos, etc. Y claro, no podríamos dejar de lado los señalamientos de “castro-chavista” a cualquier intento progresista de reforma política o económica.
En la novela de Orwell el Ministerio de la Verdad es una institución encargada de administrar la verdad. Su principal función es la reescritura y el falseamiento de la historia. En ella la “verdad” se entiende en el sentido de declaraciones como “La guerra es la paz”, “Libertad es esclavitud” e “ignorancia es la fuerza”. En la retórica local la “neolengua” es administrada por mercachifles de ideas de segunda mano. Llaman “stalinismo” la consuetudinaria y variopinta resistencia de los más pobres y marginados contra la violencia política, económica, social y cultural de las élites.
Se amparan en torcidas afirmaciones como: “Bajo el pretexto de eliminar la inequidad social instaurando una réplica del modelo estalinista en Colombia, 200.000 inocentes fueron asesinados, más de seis millones desplazados, miles fueron desaparecidos en este intento de revolución” (http://www.cronicadelquindio.com/noticia-noticia_opinion-seccion-opinion-titulonovelas-para-el-postconflicto-cronica-del-quindio-op-17493). La conclusión es inevitable: los muertos, desaparecidos y desplazados de nuestra degradada guerra tienen un origen único…”el pretexto de eliminar la inequidad social…del modelo stalinista”.
Es decir, en esta guerra solo ha habido un actor. Una manera bastante “orwelliana”de hacer aparecer a las víctimas como victimarios, emparentada con la nueva línea de la derecha totalitaria de sostener una versión a su acomodo de la historia colombiana. En su intento de poner todo “patas arriba” se destaca el desvergonzado intento de señalar la Masacre de las Bananeras del 5 y 6 de diciembre 1928 como un “mito creada por el comunismo internacional”.