Duele Armenia

9 mayo 2018 12:49 am

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Cuando en la ciudad donde habitas de repente te das cuenta que los gobernantes empiezan a parecerse más a los saqueadores que en los tiempos de la Colonia española merodeaban por estas tierras, solo con el afán de llevarse las riquezas que más pudieran, empieza a dolerte.

Algo en ti se conmueve cuando te enteras que los dineros que entregaste a los administradores de lo público para invertirlo en la ciudad terminó en otras arcas, las suyas, las privadas.

Confiaste en que al pagar tus impuestos contribuías al engrandecimiento de una ciudad pujante, que sobrevivió a una de las peores tragedias que pueda sufrir un colectivo humano: un terremoto. De ese desastre salió airosa. Embellecida. Carismática. Atractiva. Y pasó a convertirse en una de las ciudades preferidas por turistas nacionales, y ahora extranjeros.

Sin embargo, en estos días hasta se ruboriza uno –por pura pena ajena- al saber que esos dineros que los ciudadanos le confiamos a los administradores elegidos en las urnas, tuvieron un uso aún incierto.

Al observar lo que sucede en sus calles, en los barrios, entre la gente, llega uno a pensar que de lo que sí hay certeza es que no fueron invertidos en las obras que prometieron. Y eso se nota.

Basta salir a la puerta de tu casa, asomarte por la ventana, para que tus ojos se topen con un ser humano que escarba entre las basuras para poder comer algo, así sea podrido.

Con solo pasar por alguno de los parques barriales sabes que algo está mal. Que algo huele mal. Hay jóvenes ahí, pero no en actividades deportivas, recreativas, culturales, impulsadas por la Alcaldía, sino ‘metiendo vicio’.

Y como si esas acciones ‘torcidas’ de los politiqueros de turno atrajeran lo más degradante de la especie humana, en los alrededores del Centro Administrativo Municipal –CAM-, frente a la vista y oídos de los administradores de la ciudad, merodea a sus anchas la delincuencia.

Cuando ese desorden administrativo es notorio en la ciudad que habitas, tenlo por seguro. Vives en uno de esos lugares que algunos describen como ‘las Republiquetas bananeras’, esas en donde los dignatarios en lo único que piensan es en llevarse el ‘botín’ más grande que puedan, a sabiendas de que dejan a la deriva a la ciudadanía que depositó en ellos su confianza, que votó por ellos en las urnas, y les confío el honroso oficio de administrar los recursos públicos.

 

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