Educación a la japonesa

5 abril 2023 11:08 pm

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Alberto Hernández Bayona

Circula en las redes sociales una publicación, en formato de video y en texto, sobre un nuevo y valiente (¡sic!) modelo educativo supuestamente implantado en el Japón, modelo que se precia de no dictar materias de relleno y en el que el estudiante no tiene que hacer tareas.

El pensum incluye solamente cinco materias:

  1. Matemáticas para negocios: operaciones básicas y educación financiera.
  2. Lectura: el estudiante escoge un libro y empieza leyendo una página por día hasta leer un libro por semana.
  3. Civismo: respeto total a las leyes. Esta cátedra abarca los siguientes temas: valor civil, ética, respeto a las normas de convivencia, tolerancia, ayudar a los demás y respeto a la ecología y el medio ambiente.
  4. Computación: redes sociales y negocios on-line.
  5. Idiomas: el estudiante debe aprender de 4 a 5 lenguas diferentes. Se privilegia el intercambio cultural y la visita a otros países.

La publicación termina con una diatriba en la que se afirma que los jóvenes latinoamericanos, a diferencia de los japoneses, pierden el tiempo en chismes, no hablan más de un idioma, hacen trampa en las tareas y “según un estudio científico realizado en 2020 las nuevas generaciones son tontas por causa de los teléfonos, las tabletas y las computadoras”.

La propuesta ha circulado tanto que, incluso, en algunos países le han dedicado programas enteros de radio y televisión alabándola. En razón a su amplia y entusiasta difusión vale la pena hacer un breve análisis de su contenido y, sobre todo, de sus consecuencias, pues no faltarán en nuestro medio algunos valientes reformadores que se sientan seducidos por esos cantos de sirena.

Empecemos por el pensum.

Lo primero que advierte cualquier lector desprevenido es el interés de introducir al estudiante no en el mundo en general -objetivo básico de cualquier sistema educativo- sino en el exclusivo y limitado mundo de los negocios. En efecto, el primer mandamiento habla de las matemáticas para los negocios, sus operaciones básicas y la educación financiera; el cuarto mandamiento hace referencia a los negocios on-line. ¿Por qué matemáticas para los negocios y no matemáticas como lenguaje universal apto para expresarse en el campo del arte, de la ciencia y de la tecnología? ¿Qué van a hacer con los niños cuyas inclinaciones y vocación se relacionen con la biología, la medicina, la música, la agricultura, la astronomía, la robótica, la ingeniería y otras profesiones cuyas preocupaciones no están centradas en las finanzas y el alcance de las matemáticas impartidas no se limita a las cuatro operaciones básicas? ¿Los sacarán del Japón y los enviarán a la China?

No está en discusión que las finanzas han sido y son muy importantes pues intervienen en casi todos los aspectos de la vida desde los más sencillos y cotidianos como comprar el pan del desayuno buscando la mejor calidad al menor precio hasta la difícil decisión de invertir los ahorros de toda la vida en la compra de una vivienda o en las acciones de una empresa. Pero ese énfasis en el intercambio comercial y en la ganancia monetaria estimula, refuerza e incorpora en el estudiante una sicología, una forma de ser y comportarse en el mundo, que privilegia la competencia y el utilitarismo por encima de otros valores como la cooperación y el respeto desinteresado por los demás. El lector podrá imaginarse a un joven formado en el valiente sistema japones respondiendo a una solicitud de su padre de visitar a la abuela que se encuentra enferma: Papá -dirá el aventajado estudiante- ¿cuál es la relación costo/beneficio que me reporta ver a la abuela agonizando?

 Por otra parte, por importantes que sean los negocios, la hiperespecialización en cualquier área no solamente forma sujetos unidimensionales sino individuos incapaces de adaptarse a un entorno laboral tan cambiante como el del siglo XXI. Como lo anota el filósofo Juan Delval, reconocido experto en sicología evolutiva y de la educación: “Una persona capaz de pensar, de tomar decisiones, de buscar la información relevante que necesita, de relacionarse positivamente con los demás y cooperar con ellos es mucho más polivalente y tiene más posibilidades de adaptación que el que solo posee una formación específica” (Citado por Fernando Savater en El valor de educar)

El segundo punto del pensum se refiere a la lectura. El propósito es loable pero el método revela un burdo mecanicismo equiparable a llenar un balde con agua en pequeñas dosis: cada día un chorro hasta colmar el recipiente. Infortunadamente, el receptáculo es el complejo y delicado cerebro del niño.

Pero vamos por partes: ¿Qué es la lectura? ¿Qué nivel de lectura debe alcanzar un estudiante para que su formación sea satisfactoria? ¿Cómo se estimula ese saludable y exigente hábito? ¿Qué debe privilegiarse la cantidad o la calidad?

Leer es un proceso intelectual mediante el cual un sujeto (el lector) recibe información mediante el lenguaje escrito. Este descifra las palabras, números u otros símbolos, los decodifica en su mente y, si está adecuadamente entrenado, comprende el mensaje que transmite el texto.

Los pedagogos distinguen varios niveles de comprensión de lectura: el analfabetismo funcional, el nivel literal, el inferencial y el nivel crítico intertextual.

En el primer nivel, que podríamos llamar menos uno, el lector descifra los códigos, pero no comprende su contenido, no por la oscuridad del texto sino por la falta de entrenamiento o por algunas limitaciones cognitivas. Las pruebas Pisa que se practican en Colombia muestran elevados niveles de analfabetismo funcional entre los estudiantes de secundaria. Y esta carencia no es nueva ni atañe solamente a los colombianos. Jorge Luis Borges afirmaba en su cuento La biblioteca de Babel que conocía distritos en que los jóvenes se prosternaban ante los libros y besaban con barbarie las páginas, pero no sabían descifrar una sola letra.

En el nivel de comprensión literal se sitúan aquellos lectores que entienden la información que está explícitamente expuesta en el texto: identifican nombres, personajes, tiempo y lugar del relato y reconocen la secuencia de los hechos y las relaciones de causa-efecto.

El tercer nivel, el inferencial, requiere mayor grado de abstracción. El lector deduce a partir del texto y de otros conocimientos previos nuevas ideas, elabora conclusiones, infiere detalles implícitos que están en el discurso e interpreta el lenguaje figurativo.

Finalmente, en el último grado de comprensión, el nivel crítico – aquél al que debe llegar todo estudiante y, en general, todo buen lector- evalúa el texto, emite juicios valorativos desde una posición documentada y sustentada, evalúa, rechaza o acepta y enriquece el conocimiento adquirido.

Es claro que el ejercicio de leer requiere de una disposición activa y motivada por parte del lector a diferencia de la actitud meramente pasiva que propone el discurso televisivo. Y no se logra por acumulación de páginas leídas sino por la larga paciencia que exige toda reflexión. Paciencia que debe adiestrarse en la escuela y estimularse, con el ejemplo, en el seno de la familia.

  Del tercer mandamiento, que hace referencia al total respeto a las leyes, hay que destacar el adjetivo TOTAL. Ciertamente, el respeto a las leyes, cuando estas son justas, permite la convivencia entre los distintos miembros de la sociedad. Pero hay leyes que atentan contra la convivencia o usurpan los derechos. Muy cerca del Japón, en Corea del Norte, los derechos de los ciudadanos son conculcados y el déspota exige el pleno y total respeto por la ley. ¿Debería la escuela formar ciudadanos cuyo sentido del deber sea tan rígido que los convierta en dóciles subalternos?

Aprender cuatro o cinco lenguas, tal como lo pregona el quinto mandamiento, estaría bien para los jóvenes con vocación de políglotas. ¿Pero no sería mejor invertir el tiempo en algunas “materias de relleno” como la ciencia, la filosofía y el arte, materias esenciales para formar verdaderos ciudadanos?

Respecto a la diatriba contra los jóvenes latinoamericanos no hay que olvidar que ellos son el resultado de la educación formal e informal que le hemos impartido; en consecuencia, la perorata no debería ir contra las “jóvenes y tontas generaciones” sino contra nosotros: padres, maestros, abuelos.

Para finalizar vale la pena citar a Fernando Savater, el mismo autor de los célebres libros de ética y política dedicados a su hijo Amador: “La mejor preparación técnica carente del básico desarrollo de las capacidades morales o de una mínima disposición de independencia política nunca potenciará personas hechas y derechas sino simples robots asalariados”

Tal vez eso es lo que pretenden los divulgadores de la valiente propuesta educativa acá expuesta.

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