Por. Café
Hay millones de personas que no creen ni un pite de lo que predican curas, pastores y otros mensajeros al servicio de las religiones que, como dice alguien bastante estudiado, fueron creadas por el hombre para esclavizar al prójimo y vestir de impunidad la maldad del ser humano.
¿Recuerdan la Inquisición o el ardiente final de Juanita de Arco o las crueldades de algunas religiones de Oriente? Y también conozco a miles de creyentes que conservan una enorme fe en todo lo que dice el Catecismo del Padre Astete, en lo que pregonan la Iglesia de Roma y lo que imponen con diezmos y exigencias los pastores por ahí en cualquier garaje.
A los primeros, los que no creen en las prédicas y sus contenidos casi siempre les va lo más de bien. Gozan de aquello que prometen desde el Cielo, bendiciones, prosperidad, salud y abundancia. Ganan dinero a montones, unos honradamente y otros al estilo político. Ustedes entienden. Presumen sus lujos y muy pocas veces se les oye un “gracias, Señor”. Siempre felices y despreocupados porque los problemas que martirizan a los demás no son de su incumbencia. Salvo algunas excepciones, muy contadas por cierto. Si de pronto algún magnate o uno de esos neo-ricachones del espectáculo se desprenden de unos billetes esa generosidad es más por la publicidad en los medios que por la caridad de sus corazones.
A los segundos, los que viven pegados de la camándula, el sermón o el culto, y nos envían bendiciones cada vez que los vemos, no les va tan bien. Tirando a mal, para decirlo mejor. Su salud no es la ideal, su situación económica flaquea, su suerte no cambia, abundancia y prosperidad, muy esquivas. Ejemplo de lo dicho es la siempre triste Familia Ingalls, la famosa serie de televisión. Su historia, ceñida a la Biblia, está llena de necesidades, discriminaciones, enfermedades, tragedias, y pobreza. Es como un retrato de la Colombia de hoy, con su reguero de problemas sociales de múltiples caras y su enorme costalado de impuestos que empobrecen a millones y enriquecen a los Benedettis y los Barreras, entre otros beneficiarios del tesoro público. Y ¡ay de quien les diga ladrones! Ponen cara de AK-47 a punto de fusilar al irrespetuoso.
Estos creyentes dan la apariencia, por su constante invocación al dios que llevan en su fe, de vivir bajo un manto de temor frente a la vida.. Es como si fueran portadores de mil remordimientos que pretenden redimir echando bendiciones a diestra y siniestra y por cualquier cosa sin importancia.
Aquí, un paréntesis para imaginar al buen Dios con su brazo entumecido de tanto repetir millones de veces cada segundo el movimiento de bendecir a sus hijos por cuenta de aquellos que nos reiteran el “dios lo bendiga”, por comprar, “dios lo bendiga”, por saludar o despedirse, “dios lo bendiga”, por la platica que me prestó o me regaló y otros mil motivos.
Ahora bien: un enfermo del corazón entra a quirófano y sale con mejor condición de vida, por obra y gracia de los cirujanos que gastaron años de su vida estudiando cómo tratar los fallos cardiacos. El paciente no les agradece a ellos. “Gracias a dios sigo con vida”, dice el resucitado. Creo, sinceramente, que los médicos sienten la ingratitud en su alma. Pero no lo dicen porque, al fin y al cabo, su tarea es salvar vidas aquí en la Tierra. El cielo que espere un poco más.
Otro ejemplo de todos los días en las carreteras de Colombia. Se va al abismo un bus repleto de pasajeros. Cinco murieron y cuarenta salieron vivos gracias al trabajo de los socorristas. Su primera reacción es agradecerle al Invisible. Olímpicamente se ignora el trabajo heroico de sus salvadores. “Esto es obra de dios”, dicen los sobrevivientes. Y los que murieron en el mismo accidente ¿a quién diablos le darán las gracias?
Razón tenían los mayores cuando acuñaron el refrán aquel: “Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”. Bueno es creer, pero no enloquecer, como la cristiana de al lado que le prohíbe a su hijo ¡todo un universitario! hacer trabajos académicos en compañía “de esa muchacha que no es del agrado del pastor ni de Jesucristo”. Inaceptable intromisión en la vida íntima del estudiante. Y, por esa intangible razón que solo cabe en cabezas trastornadas se condena al muchacho a trabajar solo, renunciar a sus amistades y ser un ente raro en su grupo. Y, de ñapa, se le cercena el derecho a escuchar música para jóvenes porque “tal cosa tampoco le gusta al Señor”. Entonces, ¿cómo es la vaina? Si Jesús vino a liberarnos, ¿por qué los pastores y sus fieles fanáticos esclavizan a los suyos en su nombre?
La Tapita: Trabajo sí hay y muy bien pago. La campaña por la presidencia tiene tres candidatos que requieren estilistas de alta escuela. Les llaman “Los despeinados jajá jajá” y cada uno compite con los demás por el título del más desaliñado. Si Sergio Fajardo, Fico Gutiérrez y Alejandro Gaviria no saben qué hacer con sus enmarañadas cabelleras, ¿sabrán qué hacer con el país?