Es una lástima que el que fuera un maravilloso programa social en Armenia, denominado Sancocho Esquinero, acompañado de la elección anual del Buen Vecino, se haya acabado, o se haga ahora en forma marginal y solo por complacencia de uno o dos políticos de turno. Recuerdo con nostalgia la elección de la señora Aminta Herrera Vda. de Pulido, unos pocos años después del terremoto. Doña Aminta era tan buena vecina que no quiso votar por ella misma en las elecciones del Buen Vecino del barrio Santander. Lo hizo por María Gallego, a quien consideraba una señora muy trabajadora por las gentes del barrio. Sin embargo obtuvo la mayor votación y el certificado de la Registraduría Nacional del Estado Civil en Armenia que la acreditan como la Buena Vecina del barrio Santander en el período 2002-2003.
Cuando sus amigas le informaron que la habían inscrito para las elecciones, ella les contestó: “bueno, háganle muchachas que yo le juego a todo”, creyendo que era una broma. El día que la Registraduría la notificó con el tarjetón, se sorprendió y hasta pidió que la sacaran de ahí. “Creí que lo que mis amigas habían dicho era una recocha”, sostuvo.
Muy a pesar de trabajar por los demás como una buena samaritana, doña Aminta no se explica qué cualidades le vieron los vecinos para elegirla como la Buena Vecina del barrio Santander. “Yo no entiendo esto, yo soy una persona común, y no sé por qué me metieron como Buena Vecina”, sostuvo a un grupo de amigos periodistas.
Doña Aminta llegó al barrio Santander cuando este era una urbanización que se llamaba El Jazmín, donde vivía Julio César Cardona, a quien cariñosamente las gentes de decían: El doctor Cuajada o El Conde del Jazmín por su extravagante corbata de colores que le llegaba casi hasta las rodillas y sus sacos levas y gabardinas que lo hacían ver como un misterioso arlequín de un castillo de bufones.
Recuerda que en la calle cerca de la carrera 19 había una zona de tolerancia que llaman Brumas por donde no podían pasar las personas decentes porque les tiraban piedras. Y con nostalgia habla de la calle de los braceros, en la cola del Santander, donde vivían familias enteras dedicadas a transportar cargas en sus espaldas tanto en la estación del ferrocarril como en las galerías. “Eran otros tiempos del barrio Santander, donde la gente tenía trabajo y no existían tantas necesidades como hoy”, recordaba esta mujer delgada de 73 años de edad, para entonces, que se le veía caminando sin cansancio y con tranquilidad las calles donde ha transcurrido la mayoría de su vida, bueno o transcurrió porque hace ya 15 años y no he vuelto a saber de ella.
Doña Aminta hablaba suave y despacio. Conversaba conmigo acomodada en una silla de comedor metálico de asientos tapizados con hule rojo. Era muy prudente para vestir, siempre de bata larga y colores opacos, pues hacía poco había perdido a su compañero de toda la vida, don Pedro Pulido Bautista a cuyo entierro fue todo el barrio. Al frente de la sala había un cuadro grande de la última cena, de tela pintada sin enmarcar.
Su casa era una vivienda de mucho fondo y poco frente donde antes del terremoto había 16 piezas que alquilaba como pequeños apartamentos residenciales. Cuando la visité había solo cuatro habitaciones, una sala comedor grande y una cocina donde uno se podía mover holgadamente, sin paredes que la escondieran. La casa era tan sencilla como doña Aminta. Tenía paredes de ladrillos pero también de esterillas y en ella se resalta la limpieza como un don que se conjuga con la honestidad.
Por esas calendas, asistía a la casa de doña Aminta un hombre joven que le faltaba un brazo. Hacía pocas semanas, tal vez tres, había perdido la extremidad izquierda completa al recibir una herida por apropiarse de lo ajeno. Era un ladrón. Nadie quiso auxiliarlo. Doña Aminta lo acogió en su casa, lo curó, le compró los remedios, le hacía bebidas de yerbas que siembra en su patio, lo alimentaba, le consiguió un trabajo honrado y le recordaba: “Eso le pasó por ladrón, pórtese bien que Dios lo ayudará”.
En medio de la charla llegó un hombre viejo y doña Aminta le ordenó a su nieto: “Sírvale aguapanela a don Crisanto”. Este Crisanto vivió dos meses en uno de las habitaciones de la casa cuando lo operaron de la próstata. Ella lo recogió de una choza cerca de la carrillera donde sabía que se iba a morir. Le prodigó cuidados, cariño, medicinas, comida, una cama limpia y un techo decente hasta que se recuperó.
A doña Aminta se le veía tocando las puertas de las casas pidiendo ayuda para enterrar los muertos cuyas familias sólo poseen el dolor a la hora de sepultarlo. O haciendo una minga de productos de la canasta familiar para no dejar morir de hambre a una familia con niños y ancianos. La gente le daba dinero y mercado con confianza porque saben que esta mujer jamás hubiera quedado con un peso ajeno. En estos menesteres le ayudaban sus amigas del grupo de oración que se rotaban una imagen de la Virgen de Schoenstatt para rezar en una casa distinta cada noche.
El día de las elecciones del Mejor Vecino, en las calles del Santander casi todos decían: “Doña Aminta ya ganó”, a pesar de no tener electoreros. Sus amigas del grupo de oración votaron por ella, pero me recordaban que se les había olvidado pedirle a la Virgen que Aminta saliera elegida como la Buena Vecina. “Lo que sí le vamos a pedir a la Virgen de Schoenstatt es que le ayude mucho a nuestra amiga, sobre todo para que al Santander le construyan una capilla porque no tenemos un sitio cercano a dónde ir a rezar”. Han pasado 15 años y no sé si construyeron la capilla.