Se está hablando recientemente de las Regiones Administrativas de Planificación, RAP, como una interesante novedad de la administración pública. Ellas parecen reemplazar a las desaparecidas Corpes que mucha y discutible influencia tuvieron en las diversas regiones del país en la década del noventa. Algo está progresando de nuevo en este campo con la vigilancia de Planeación Nacional y el Congreso al punto que ya hay datos muy claros sobre la organización y los alcances de la Región Central y la Región Pacífico. La más reciente intención es hacia el eje cafetero. Un detallado organigrama de cargos y funciones van dejando la huella de una nueva burocracia.
Este es un nuevo esfuerzo cíclico del país para mostrarle los dientes al centralismo. Profesionales muy capaces están abonando el concepto de las RAP, pero me temo que todavía discuten si se llaman de planificación o de planeación. Sin embargo, los pensadores de este tema aún siguen ahí, en la iglesia de los planificadores, con la excomunión para los no creyentes siempre disponibles para condenar a los profanos.
Cada vez que las regiones se duelen del centralismo, sacan unas cartas debajo de la mesa invocando las normas constitucionales que obligan trabajar este asunto: siempre habrá una mano que anima desde Planeación Nacional hacia la descentralización. Bienvenido este arranque, pero no se puede ignorar que el sistema político colombiano es un modelo de presidencialismo centralista al que no va a renunciar de la noche a la mañana a la mermelada. La propensión a la dependencia es parte de la naturaleza de los colombianos y hemos tenido la suerte de que no hemos padecido un verdadero dictador que nos tome en serio. Hasta ahora.
No obstante, supongamos lo mejor: que las regiones progresen con este tipo de instrumentos es lo deseable para poner en jaque a los centralistas y dar un respiro a las numerosas sumisiones a que nos tienen acostumbrados. Lo deseable es que la educación ocupe un primer lugar de las inversiones para que, en un mediano plazo, ella ofrezca las posibilidades de nuevos liderazgos regionales que compensen ese tremendo esfuerzo de matar el ingenio y la creatividad de las regiones. Es posible que en materia de educación Fajardo tenga la razón con respecto al capital humano, pero necesitamos mucho tiempo con estos proyectos para probarlo. fin