No nos digamos mentiras: lo que está en juego en esta campaña política, legislativa y presidencial, es el poder de los dos grandes grupos económicos del país, el grupo Aval con Sarmiento a la cabeza; y el Sindicato Antioqueño con toda su fuerza regional y nacional. Sin subestimar a nadie, los candidatos parecen ser unas marionetas cuyos hilos son manejados más arriba y en la penumbra de los titiriteros.
La convergencia cundiboyacense del presidente Santos le ha brindado al grupo Sarmiento todas las oportunidades de influir en diferentes combinaciones de negocios, empezando por las obras de infraestructura que se han venido desarrollando en el presente cuatrenio. El caso del puente de Chivajara es un lunar en la empresa de Sarmiento Angulo, Coviandes, y podrá tener otros percances por su cercanía a Oderbrecht, pero este episodio no desmerece los factores de ayuda que el grupo le ha dado a la administración Santos –-sin saberse lo que ocurre con otras contraprestaciones como las tasas de interés, los compromisos internacionales y otras gratificaciones de similar carácter.
Dentro de esta perspectiva, de ser cierta, las posibilidades de Vargas Lleras, otro bogotano, no parecerían ir en contravía de sus intereses políticos ni del apoyo regional que podría estar exigiendo a sus paisanos.
Por su parte, el soporte del Sindicato Antioqueño a las campañas de Fajardo y De la Calle parece dar este mensaje: ahora nos toca a los antioqueños. El Banco de Colombia, a la cabeza, con Argos y la constructora Opain de cerca, pueden estar mirando hacia el futuro de recobrar la importancia que alguna vez tuvo la dirigencia paisa en los destinos del país.
Dos antioqueños santistas -Vélez en la Federación de Cafeteros y Echavarría en el Banco de la República- pueden estar agazapados a la espera de una mejor participación -y me inclino a pensar que el uribismo no tiene nada que ver en este paseo. Pero lo cierto es que veremos desde la barrera lo que significan estos dos pesos pesados en la vida económica y de alguna manera podemos atrevernos a reflexionar que siempre es cuestionable la transparencia en la política nacional. Mejor dicho, es mejor meterse al agua con los ojos abiertos.