“¿De dónde viene el deseo humano de habitar en otro cuerpo?”, pregunté en clase de ciencia ficción esta mañana.
“Del miedo a morir”, dijo Stephany muy convencida de sus palabras.
Durante varias semanas, desde que comenzó el semestre, hemos estado leyendo en clase de ciencia ficción, novelas y cuentos donde los personajes mudan de cuerpo (de hombre a mujer, de mujer a hombre), se convierten en otros (de hombre a animal, de animal a hombre), viajan en el espacio hacia otros planetas y en el tiempo, montados en naves absurdas, máquinas de tiempo, agujeros negros y errores de la matrix.
Historias donde los personajes existen en diversas dimensiones en simultáneo, o donde el límite entre la realidad y la virtualidad se desdibuja.
Todo eso habíamos leído pero aún no nos habíamos hecho la pregunta fundamental: ¿De dónde viene ese deseo?”
“Queremos ser otros para perpetuarnos, para seguir vivos, para no morir jamás o para experimentar de diversos maneras la única vida que tenemos”, dijo Javier.
Desde pequeña leo porque hacerlo me ofrece la posibilidad de ver el mundo a través de otros ojos. Cuando uno lee, vive otra vida; se sustrae de sí mismo y en esa medida enriquece su percepción de la realidad.
Hace poco leí El nervio óptico de la argentina María Gainza, un libro que es a la vez crónica íntima, ficción, historia y crítica del arte. En él, la autora vive su cotidianidad en conexión con las obras que va encontrando en los museos y en el recuerdo. De pronto está esperando una cita médica y un cuadro de Mark Rothko la transporta hacia la obra y ella la vive hasta que esta le entrega una respuesta.
Durante muchos siglos (sin contar con las drogas alucínogenas y el alcohol que nos hacen experimentar la realidad de otra manera), el arte fue nuestra única virtualidad.
Ahora, casi a finales de la segunda década del siglo XXI, la tecnología nos permite vivirla de diversas maneras, sin embargo son las redes sociales las que volvimos nuestro principal vehículo de extrañamiento. En la distopía clásica Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, la protagonista pasa horas entre las pantallas hablando con otros usuarios a los que llama la familia. Estos le dicen todo el día cosas lindas y positivas que la hacen feliz. Facebook, Twitter, Instagram, funcionan bajo un código similar. Se suben fotos y palabras que van en busca de un like.
Vivir la virtualidad a través de las redes sociales no es vivir en el otro sino en las diferentes versiones de uno mismo que quieren un like.
“El like es la forma en que conjuramos nuestro miedo a morir”, debí haberle dicho a Stephany. “La virtualidad que vivimos no nos conduce al otro sino que nos sumerge de manera profunda en nosotros mismos. “En las redes sociales estamos solos”.