Indignación en tiempos de la escritura automática del mundo

28 octubre 2017 12:41 am
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“Ya no necesitamos de un censor porque vivimos en la ilusión de la libertad de expresión, y esta es un hashtag, una tendencia que es rápidamente reemplazada por otra”.

Existe esta vieja idea en la magia de que hay un lenguaje donde los símbolos tienen una estrecha relación con lo que significan, de forma que manipulándolos, se puede cambiar la realidad. Así ocurre en el cuento 72 letras de Ted Chiang: un científico introduce palabras en un golem para darle vida, o cambia el proceso espermatozoide encuentra óvulo por espermatozoide es inoculudo por una palabra, un epíteto capaz de crear vida.

El cuento nos habla del poder que siempre ha tenido el lenguaje para crear realidades.

Si a través de la historia ha existido la censura, es precisamente porque los regímenes autoritarios saben de antemano lo que puede significar inocular una idea en la mente de aquel que se encuentra sometido.
Los movimientos de indignación en redes sociales; esos hashtags que se vuelven virales nos sugieren que tenemos en nuestras manos una palabra capaz de modificar la realidad. #metoo, el hashtag surgió esta semana después de que The Newyoker publicara una grabación que dejaba oír al poderosísimo Harvey Weinstein, acosando sexualmente a una modelo, que frente a lo que él le decía, actuaba como un corderito acorralado.

#metoo comenzaron a escribir las mujeres del mundo en sus muros y yo pensé primero que #notme porque después de recapitular las veces que he sido acosada desde que era una niña, siempre he encarado al acosador, lo he recriminado y humillado usando su mismo lenguaje denigrante; y hasta me he defendido con dientes y puños, hasta que el susodicho ha salido corriendo, gritándome: “loca, usted está loca”. Y si por casualidad me lo he vuelto ha encontrar, ha comenzado a tratarme como un hombre, o como una loca. Porque las mujeres que no nos dejamos acorralar no somos mujeres sino hombres o locas.
El caso es que recapacité y no escribí nada porque primero, sí, es verdad, lo común es que frente al acoso las mujeres actuemos como corderitos asustados. Y segundo, porque pensé que un mundo equitativo una no tendría porque acudir a la violencia ni mucho menos promoverla.

#metoo, continué leyendo y observé la mutación del término. Este comenzó a abarcar otras formas de acoso que no eran necesariamente sexuales, y el abanico de lo que es el acoso se fue ampliando; pero justo hoy, después de darle muchas vueltas al asunto, cuando me dispongo a sopesar mis ideas, a escribir #metoo, me doy cuenta que el hashtag (que como el epíteto de Ted Chiang parecía ser capaz de modificar la realidad) ha comenzado a desvanecerse y entonces me enfrento a otra realidad, tan cruda como el acoso sexual, y es que esta escritura automática del mundo que practicamos, no es otra cosa que ruido, un cacareo que rápidamente será reemplazado por otro. Ya no necesitamos de un censor porque vivimos en la ilusión de la libertad de expresión, y esta es un hashtag, una tendencia que es rápidamente reemplazada por otra. Nosotros somos nuestros propios censores y todos los días quemamos las palabras que debemos inocular en la realidad.

 

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