LA ILUSIÓN DE UN ASCENSO

11 octubre 2020 10:43 pm

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Por: William David Grisales Suarez

Cómo extrañamos los quindianos románticos del balón pie esas hermosas tardes familiares de fútbol en el centenario, jardín de América. A mí no me da la edad para narrar esas memorables faenas del mítico estadio san José donde nuestros mayores se deleitaron con los históricos del equipo cafetero, si los menciono uno a uno quizás no terminaría en este escrito, entre chiste y charla con una notable expresión de nostalgia en su rostro mi padre nos cuenta a mi hermana y a mi sobre las proezas de aquellos tiempos gloriosos donde el equipo de Armenia era un claro referente del futbol del interior del país. La cancha del barrio San José se transformaba en un camping al aire libre cada domingo, desde las nueve de la mañana familias enteras se apostaban en los alrededores de esta monumental estructura construida en 90 días por allá en el año 1950 resultado de jornadas maratónicas propias del realismo mágico de Gabo, simple y llanamente para demostrar el amor y el respaldo hacia la mayor insignia deportiva de nuestra región.

Pero no. Yo no recuerdo esos tiempos. A mi hábleme de 1994 para acá cuando mi viejo me llevó a debutar como hincha en el Campín de Bogotá, ese día lo ganamos de visitante y la salida para abordar el bus de camino a casa fue mi primera inyección de adrenalina. Cada gol milagroso era una invitación a caer en esa droga llamada Deportes Quindío. Una adicción contra la que llevo luchando durante 25 años y que estoy seguro nunca podre tan siquiera controlar. Es un amor enfermizo, una fijación tortuosa que a lo largo del tiempo me ha dado más tristezas que alegrías, más frustraciones que festejos. Como dice la canción salsera “por cada risa, diez lágrimas”, ser hincha del Quindío no es fácil, todo lo contrario, es una lucha constante por no dejarse caer, una ilusión que se renueva automáticamente casi que por una inexplicable inercia que uno no entiende de donde viene o para donde va. Somos prisioneros de un amor no correspondido, en unos pocos años habrá muerto el último de los hinchas en ver campeón al equipo de Fabrini y Urruti. El título de 1956 se desvanece rápidamente y no hay una posibilidad cercana real de volver a renovar esa estrella. La escuadra cafetera cumple hoy día su séptimo año en el infierno de la categoría B, siempre estuvo a las puertas del cielo, pero cada que le chequeaban la lista de requisitos para el ingreso a la primera categoría del rentado nacional nunca llevo consigo un requisito fundamental. La jerarquía, esa que no se ve ni se cuantifica pero que se siente cuando el proyecto es serio.

Yo personalmente siento que estoy incompleto, casi una década jugando los lunes y sábados en horarios ridículos y anti futbol como las 11:00 AM o la 01:00 PM, con los estadios cerrados por pandemia y las transmisiones televisivas privatizadas por quienes quieren acapararte hasta la pasión y los sentimientos, está claro que el futbol es un negocio este mueve muchos intereses, pero ya se lo tomaron demasiado enserio. Para mi ir al centenario un domingo era un rito litúrgico, una cita infaltable en la que me encontraba con todos mis hermanos de otra madre quienes cada fin de semana lucían sus más hermosos atuendos cual pavos reales en procura de una conquista. Camisetas milagrosas de todas las épocas, tallas, estilos, colores. Las banderas, las familias, los taxistas, los vendedores circundantes con la gorra o la camiseta del equipo, la hinchada airando los trapos, afinando los instrumentos y como no también las gargantas con el combustible natural del hincha, una buena cerveza fría en el quiosco de los mellizos o en la tienda “Ibagué Express” de los bloques diagonal a oriental, así estuviéramos en la mitad de la tabla siempre sonrientes. La primera división nos daba status nos daba chapa, nos daba alegría. Entrar al hermoso jardín de la Isabela para encontrarse con el césped más verde que la misma sangre que nos corre por las venas, la inmensidad de nuestro lugar en el mundo, la euforia inexplicable de ver saltar a la cancha casi 70 años de historia deportiva representada con una V que atraviesa el pecho, mirar el rostro paciente y tranquilo de los viejos, las pupilas dilatadas y desorbitadas de los jóvenes presos de una emoción regionalista, de repente en la tribuna norte una explosión de papelitos picados, rollos, humos verdes blancos y amarillos se confunden con el despliegue del pabellón cuyabro más grande que existe “AMOR ETERNO Y VERDADERO” reza como leyenda retumbante, se vienen los himnos y te aseguro que en ninguna parte los vas a cantar con más sentido de pertenencia y arraigo que en las graderías del centenario. Inicia el juego y la serenata maravillosa de trompetas al unísono, bombos, redoblantes, repiquetes y cientos de voces febriles entonan, “Señores yo soy Quindiano desde la cuna, que vamos a salir campeones no tengo duda”, esperando como recompensa el tan anhelado gol.

Ya no estoy tan seguro si tengo dudas de salir campeones o no, la era Hernando Ángel será quizás la más tormentosa de nuestra historia, una administración totalmente desconectada de los aficionados con una sequía en títulos tangibles, no simbólicos de más de 20 años, sin participaciones internacionales de ningún tipo y casi que refundiéndonos en el olvido del escenario nacional. Hace muchos años que la ilusión de la hinchada se convirtió en un discurso político utópico, irreal y mentiroso, renovable en cada campaña electoral aunque cada vez son menos los culebreros disfrazados de hinchas, poco a poco nos vamos sacudiendo de ese letargo para comprender que el equipo de Armenia depende solo de su máximo accionista y de la dirección que él decida darle, para nosotros no queda más que seguir amando esos colores, propender para que nunca desaparezcan, con un profundo dolor seguir viviendo de recuerdos deportivamente ínfimos que no sobrepasan un gol importante hace 15 años, una clasificación de ronda o un partido memorable, mientras la copa del 56 ya por el paso del tiempo comienza a verse borrosa en las fotografías. Aquí solo queda por decir que no perdemos la ilusión de levantarnos entre esta montaña de cenizas, unirnos como hinchada, como familia, como hermanos, como Quindianos. Seguir transmitiendo a nuestras generaciones descendientes el cariño y arraigo que nos identifica como hinchas cafeteros y volver a hacer del centenario una fiesta aguardando el milagro hasta que vuelva a florecer.

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