“El que es honrado en lo poco también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco tampoco lo será en lo mucho”
Antes que nada voy a contarles que pensé mucho acerca de cuál sería el tema sobre esta columna, pues si bien me apasiona escribir y sentar opiniones radicales especialmente en aspectos de dominio general, es esta la primera vez que lo hago para que sea publicado, por lo que es entendible que discurriera tanto sobre qué asunto podría resultar apto, útil y de interés para todos nosotros, abordando nuestra actualidad nacional y realidad local, y de esta manera la cuestión que redundaba en mi mente era la maldita corrupción. Sí, esa de la que ya hemos leído, escuchado y hasta vivido tanto, esa misma que pareciera, va a estar siempre tan vigente, tan actual, tan cotidiana, ¡tan arraigada!
Y aunque es una materia tan “trillada” en los medios de comunicación, me pareció pertinente compartir con ustedes acerca de cómo los grandes escándalos recientes –y los no tanto– de corrupción nacional son reflejos de las realidades en ámbitos de menor escala como el regional, departamental y municipal, y de la inoperancia de los entes de control de estos niveles y por qué no, de la ciudadanía como veedor primario.
Esto sucede principalmente porque en la escena local de los territorios no pasa nada. Los corruptos emprenden una carrera en la que escalan niveles y en ellos van adquiriendo mayor poder y paralelamente van aumentando y hasta perfeccionando sus prácticas de corrupción, gracias a que los llamados a ser obstáculos de estos sinvergüenzas en su torcida maratón, no aparecemos por ningún lado y les dejamos el camino libre.
Sucede que si localmente seguimos haciéndonos los de la vista gorda frente al mal proceder de nuestros dirigentes, seguiremos abriéndoles camino y estaremos condenados como país a vivir cargando con el lastre de la corrupción. Ya es justo que tengamos criterio para la toma de decisiones, para evaluarnos como ciudadanos, como comunidad y como instituciones; que hagamos uso de las herramientas de ley para combatir este flagelo, es apenas justo que nosotros mismos nos regalemos como Estado y sociedad la posibilidad de impedir que estos bandidos continúen su corrompida carrera.
Vayamos de menos a más: no esperemos que la Nación destape ollas podridas cuando ya hay tanto daño local consumado, aportemos desde nuestro entorno, desde nuestros más simples niveles, desde lo local, lo familiar, lo personal. Cuánta razón tenía el evangelista cuando escribió “el que es honrado en lo poco también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco tampoco lo será en lo mucho”. No permitamos que esos, de los que sabemos no actúan adecuadamente en lo poco lleguen a lo mucho.
Por ejemplo, ¿qué habría pasado con Lyons si en el departamento de Córdoba, los entes locales hubieran intervenido el saqueo de recursos del Programa de Alimentación Escolar o Cartel de la Hemofilia? ¿Qué hubiese ocurrido si el Consejo Seccional de la Judicatura de Bogotá, D.C, hubiera fallado a tiempo las investigaciones disciplinarias del corrupto Fiscal Anticorrupción por hechos ocurridos cuando él ejercía como abogado litigante? ¿Por qué en Armenia fue necesario un Delegado Nacional de la Procuraduría para poner orden en materia ambiental respecto al POT y otorgamiento de licencias de construcción? ¿Qué pasó con nuestras autoridades locales?