Quindío el departamento joven, rico y poderoso en honor a su lema tiene la obligación de sacudirse de la politiquería
Seguramente todos alguna vez hemos escuchado que política se define como el arte de gobernar aunque en la práctica poco percibamos en ella un asunto de gobernabilidad y mucho menos de arte. Y es que frente a nuestra realidad es muy difícil creer que, primero la política sea una disciplina y segundo, que a través de esta se lideren causas de interés general, se proporcionen garantías a los ciudadanos y se busque el desarrollo de los territorios y las comunidades, pero sí visualizamos con mucha claridad todo lo que política no es, pese a que está muy asociado con la misma: compra de jueces, fiscales corruptos, crisis de la salud, concesiones estatales, desnutrición infantil, carreteras, vías y obras inconclusas, etcétera, etcétera. Sin embargo, ahora que podemos ver que el más grave problema de Colombia ha sido la corrupción y no la guerra, todos tenemos el compromiso de hacer posible que la política sea ese arte perdido relativo a la administración del poder. Los jóvenes y las nuevas generaciones tenemos la responsabilidad especial de quitarnos ese lastre de que la política es cuestión de unos pocos, de los mismos con las mismas, de intereses individuales y la manera de sacar provecho personal de las finanzas del Estado. No estamos ya para heredar padrinajes políticos, es hora de consolidar nuevos líderes y deshacernos de los seguidores de las tradicionales y mañosas prácticas de los caudillos. Quindío el departamento joven, rico y poderoso en honor a su lema tiene la obligación de sacudirse de la politiquería y afianzar hábitos y ejercicios sanos que permitan a la ciudadanía confiar en sus instituciones, obedecer a las autoridades y valorar a la sociedad. Como ciudadanos del departamento más nuevo del país y el segundo más pequeño en extensión no nos queda nada bien continuar prestándonos para repartirnos entre vertientes que aunque se autodenominan diferentes una de la otra, son iguales en sus prácticas y en los resultados de las gestiones que nos dejan, como por ejemplo las deudas, el poco presupuesto y la ineficiencia en la prestación de servicios y todo gracias a que esos supuestos líderes no están al servicio del pueblo que los eligen sino de aquellos que los lanzaron a la escena pública. Estamos muy necesitados de líderes de propios, provenientes de la comunidad, que gobiernen para nosotros, por eso con agrado espero el robustecimiento del rompimiento de relaciones “políticas” de nuestros dirigentes actuales con los politiqueros y politiqueras de siempre, aguardando la esperanza de que sus gestiones estén dirigidas a gobernar y no a hacer de las instituciones públicas las bases de campañas electorales futuras y que mientras ello ocurre la sociedad civil esté promoviendo sus propios líderes.