El pasado 8 de septiembre culminó en Calarcá el XI Encuentro Nacional de Escritores, Luis Vidales. Este encuentro fue particularmente interesante porque reunió por lo menos veinte escritores, editores, traductores y comentaristas; y al menos mil lectores en cinco ciudades del Quindío en las que hizo presencia durante los tres días de programación, en universidades, colegios, auditorios, casas de cultura, bibliotecas, librerías, cafés, plazas públicas, etc. Pero a pesar de estos números tan prometedores, es inevitable encontrarse ante algún despistado que pregunta para qué se reúnen los escritores, o qué hacen cuando se reúnen; o incluso, para qué sirve la literatura, para qué alguien quisiera ser escritor.
Pues bien, se rumorea en los medios que alguien alguna vez le preguntó eso al Nobel José Saramago, y éste, sin dudarlo, respondió que la literatura no sirve para nada; y añadió: y agradezco al creador que exista algo que en este mundo tan utilitario no tenga un fin práctico. ¡Si que hay vagos en el Quindío! Diría nuestro amigo despistado (y que espere a ver los que hay en las ciudades grandes).
Un mexicano, Jorge Volpi, se dedicó a indagar por qué los seres humanos nos obstinamos en conservar una práctica que no tiene en apariencia, utilidad a la conservación de la especie. Encontró que, de hecho, la literatura, o más bien, el acto mismo de leer, es lo que nos hace seres humanos. Esto sucede porque es la literatura (leer literatura, no datos, no información, sino literatura) la que nos ayuda a desarrollar y a configurar, por un lado, nuestra inteligencia social, y por el otro, nuestra imaginación simbólica.
Es decir, cuando leemos, asumimos que también los demás individuos esconden una vida interior como la nuestra; hacemos propias sus memorias, sus recuerdos, su sistema de símbolos, su creatividad. Cuando leemos, nuestras mentes guardan los recuerdos del coronel Buendía, vive las ocurrencias del Quijote de la mancha convertido en gran caballero, reflexiona y juzga los actos de Drácula, de Frankenstein; almacena experiencias, vive otras vidas, en otros tiempos… puede ser cualquier persona. La literatura, es un modo de ser en el mundo. Así es como nos ubicamos en el mundo y nos protegemos de él.
Pero para ello, dice Cortázar, es necesario un lector cómplice, un lector curioso. La literatura solo funciona con lectores que están inconformes con el mundo, consigo mismos; que les precisa un mundo mucho más amplio, más maduro, más creativo. Es, entre este tipo de lectores, en los que ocurre el milagro de la literatura. Es esta una de las más profundas vivencias de la experiencia humana.
Para demostrarles cómo funciona, le presento a Luis Vidales, No el Encuentro sino el mismo Luis Vidales, es decir, su poesía:
El viento vira en los aires
sobre la hélice de la hoja.
Nadie ha visto el viento
pero las hojas van señalando su rumbo.
Da tristeza.
Para que el vuelo de las hojas
fuera a su gusto
todas deberían ir provistas
de motorcitos de mariposa.
(Poema: Las hojas)
Si fuimos cómplices en su lectura, no volveremos a ver ni el viento, ni las hojas, ni las mariposas igual. Si fuimos cómplices en su lectura, no volveremos a preguntar para qué sirve la literatura; y si lo fuimos, no volveremos a faltar a ningún Encuentro Nacional de Escritores, Luis Vidales.