Por Germán Estrada Mariño
La violencia no se erradica con más violencia y la historia lo demuestra. Jamás el odio ha acabado con el odio en este mundo.
Una vez más, la humanidad en pleno siglo XXI, con todo y lo que no parece habernos enseñado la historia, se encuentra envuelta en una guerra despiadada y cruel.
Los motivos son siempre motivados por el ego del hombre sediento de poder, dinero, expansionismo geográfico, territorial y control de territorios.
Los intereses que sustentan las guerras jamás han sido nobles o superiores, ya que la violencia solo es una consecuencia de una mente enceguecida por el odio, la intolerancia y la poca consciencia sobre el daño a terceros inocentes, quienes terminan pagando las nefastas consecuencias de las decisiones de sus muchas veces ambiciosos, insaciables, crueles y despiadados líderes.
Las justificaciones religiosas o ideológicas para acabar con quien piensa diferente o profesa otra religión o ideología solo dejan ver la pobreza mental y lo necio que puede llegar a ser el ser humano, incapaz de vivir en armonía en el mismo territorio llamado planeta tierra, el cual no le pertenece como fantasiosamente alucina, sino del cual es tan solo un habitante más, un poblador más que como cualquier otro animal, debería si fuera más funcional limitarse a tomar del planeta solo lo que le permita su supervivencia. Limitándose a ello evolucionaría y a cuidar los recursos que le son dados por la naturaleza.
Paradójicamente, la inteligencia no se usa para ello, sino que, embrutecida por la ambición y enceguecida por emociones humanas como el odio y la venganza, se ha dedicado a destruir a comunidades, sociedades y culturas completas con el fin de alimentar aún más su insaciable ego que con cada aniquilamiento del otro o del que piensa diferente, alimenta sus necesidades neuróticas de superioridad configurando un comportamiento narcisista y psicopático.
Si para sentirse superior se necesita destruir al otro, entonces ¿Qué es más perverso y a la vez más necio y estúpido? ¿El fin o el medio para destruir al otro?
Las enseñanzas de los líderes históricos que han trasformado la humanidad con hazañas de paz y tolerancia que promueven el respeto a la vida, la tolerancia a la diferencia y priorizan el diálogo y la reconciliación parecen haber quedado en el olvido. Mandela, Mahatma, Gandi, Martin Luther King, Buda, o el mismo Jesucristo se revuelcan en sus tumbas al ver que las semillas de amor, compasión, piedad, tolerancia y misericordia que sembraron en esta necia humanidad no han dado fruto.
En una guerra sucia y salvaje, ningún actor armado que use la violencia es digno de llamarse víctima. Cuando la víctima de la violencia utiliza como mecanismo la misma violencia para erradicar la barbarie de la que fue víctima, buscando así destruir a su enemigo a toda costa, incluso a costa de inocentes, solo cae tan bajo como su victimario, perdiendo toda consciencia ética y moral y la dignidad de llamarse víctima, lo que le convierte en otro bárbaro, terrorista o salvaje sin escrúpulos. Un psicópata atacando a otro es aquel que se venga con ira desenfrenada y despiadada.
La inteligencia humana permite mucho más que eso, pero el odio y la ira son emociones que pueden sacar lo peor de un ser humano que deja de razonar, de hacer juicios profundos y de contemplar las irreversibles consecuencias de sus impulsivos y destructivos actos.
El grupo armado violento Hamás es tan responsable y tan digno de ser llamado terrorista como sus adversarios y los patrocinadores de ambos lados por usar la violencia y atacar población civil inocente. Es entonces el estado israelí, de acuerdo diversos defensores de derechos humanos y la misma ONU digno de dicho calificativo, por emprender una venganza despiadada y salvaje en contra de inocentes, donde hasta la fecha van 8.300 ciudadanos civiles muertos, incluyendo 3.500 niños palestinos.
Esas criaturas no escogieron ser palestinos, judíos, cristianos o musulmanes y no entienden la barbarie de la que hoy son víctimas. Hospitales bombardeados, periodistas muertos, escasez de agua, comida e insumos médicos en los hospitales es algo que el hombre del siglo XXI no se puede permitir, solo por venganza y de fondo, por alimentar su ánimo colonialista, expansionista, imperialista y de dominio hegemónico y económico de una tierra que repito, no nos pertenece. Que paradójico que es guerra llena de odio es por una tierra que llaman santa, y habitan seres llenos de resentimiento y sed de sangre ajena.
El derecho internacional humanitario no fue inventado por un grupo de terroristas para refugiarse en hospitales o centro de refugiados o para buscar que la impunidad reine. Fue creado por las convenciones de Ginebra y Roma y firmado por naciones de los 5 continentes para proteger a la sociedad civil y en especial a los más vulnerables: Mujeres, niños y actores no armados inocentes de la barbarie de la guerra.
¿Debe el hombre tomar la justicia por su cuenta y debe hacerlo a través de la venganza y la violencia? ¿No nos dice acaso la historia que esto siempre sale muy mal?
¿De qué sirve el derecho internacional si las potencias auspician la guerra y la venganza sin límites morales, éticos ni humanitarios?
Las mismas que firman estos tratados están hoy frente a Israel para apoyarlo en su salvaje y desmesurada venganza.
Ha habido protestas en Londres, Berlín, nueva Zelandia, indonesia, New York y Australia. Es decir, países de los 5 continentes están pidiendo que la barbarie acabe y que no sufran los más vulnerables.
Para quienes están llenos de odio y sed, de sangre y venganza, solo recordarles que el fin no justifica los medios para nadie que pretenda llamarse un hombre justo, y que si se consideran a sí mismos profesantes de una religión que promueve el amor y la compasión que hipócritas pueden ser y qué vacíos están sus corazones para tener la autoridad moral de considerarse hombres buenos y justos.
¡El hombre que se cree inmortal y que no acepta que todos vamos a morir y somos iguales y semejantes y no rivales, está condenado a morir estando en vida, ya que su consciencia jamás despierta!
Para evitar el sufrimiento nos queremos llenar de cosas y estatus para evitar el vacío que sustenta la codicia desenfrenada. El vacío se puede llenar y la necesidad de inmortalidad si cambiamos las fuentes efímeras de felicidad por fuentes más profundas, permanentes y significativas que permiten obtener en el bien común, en la armonía y en el afecto; en la compasión y en el amor a otros una fuente profunda y permanente de satisfacción que va más allá de los placeres sensoriales que otorgan solo placer momentáneo, el cual se confunde muchas veces con felicidad.
La codicia por dinero y poder tienen a la humanidad al borde de una potencial guerra nuclear que solo terminaría comprobando una vez más que el más brutal de los animales es el hombre y que es la más deplorable especie que habita la tierra.
¡La humanidad no se puede quedar atónita simplemente presenciando lo que ocurre en la franja de gaza en donde no hay lugar a donde ir porque las fronteras están cerradas, los hospitales sin agua, luz mientras mueren niños y mujeres indiscriminadamente en medio de los bombardeos cada noche mientras intentan descansar! ¡Mientras ustedes leen esta columna, muchos pequeños indefensos sufren sin entender por qué el hombre puede ser tan perversamente despiadado y porque vinimos a sufrir tanto a este mundo!
Qué dios nos dé sabiduría, que las consciencias vuelvan a quienes gobiernan el mundo y que todos los asesinos de un bando y otro paguen por sus actos, ¡pero sí llevarse las vidas inocentes de los más vulnerables!
German Estrada Mariño
Psicólogo clínico
Psicoanalista
Psicoterapeuta
Perito forense
Líder campaña nacional voluntaria y gratuita de prevención del suicidio juvenil
Terapeuta bilingüe individual de parea y de familia.
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