La pedagogía educativa ha enfilado baterías hacia la formación de buenas personas, antes que buenos técnicos o profesionales. En otras palabras es preferible para una sociedad tener personas integras, antes que buenos pero fríos profesionales en medicina, ingeniería, derecho o cualquier profesión u oficio.
No obstante y que el ejercicio político hace parte de nuestra civilidad, parece que la mayoría del tiempo juega con reglas diferentes a la de la sociedad misma, pues configura en principio, una relación de poder entre gobernantes y gobernados. Nicolás de Maquiavelo siempre defendió la idea de que la ética del poder, no era igual a las demás y por ende los objetivos de esa ética son lograr el poder en sí mismo y mantenerlo.
Entonces cuando elegimos un gobernante, estamos frente a la antinomia de si queremos que sea capaz o que sea una buena persona, lo que se ha convertido en la razón para que veamos a los “anti-políticos” llegando a los cargos de elección popular. Y socialmente nos cuestionamos, sobre qué tan dispuestos estamos a soportar cierto grado de ignorancia sobre los temas públicos cuando elegimos basados en ello. En otras palabras, ¿dejamos pasar su impericia en los asuntos públicos si es honesto?
La otra opción es claramente elegir un político, un peso pesado de esos que se conoce de memoria los intríngulis, el tejemaneje y aplican esa ética del poder que empezamos a aborrecer las sociedades modernas, que de ante mano sabemos qué hará gestión pero también favorecerá intereses particulares.
En las elecciones de gobernadores y alcaldes, ciertamente ha calado el “anti-político”, el ciudadano común que no vive de la burocracia estatal, que toma la opción de apartarse de su habitual labor para administrar un municipio o un departamento, lo que tiene un grado de valentía y por ello, la sociedad anticipa que puede desconocer algunos elementos de lo público y que casi siempre se reducen al desconocimiento de las normas.
Lo que no perdona una sociedad eso sí, es la improvisación y que tras el ropaje del “anti-político” haya un pillo común y corriente que solo proteja intereses particulares.
Lo sugestivo como hecho social es que se avecina para Colombia un año electoral, y el concepto del “anti-político” va a jugar un papel decisivo en las presidenciales. La prestigiosa revista The Economist se anticipa al futuro de nuestro país en esta materia y ve un votofinish entre Vargas y Fajardo, representando claramente la antinomia planteada; el primero con gestión y trayectorias comprobada, que tendrá que convencer al país de que es buena persona y el segundo, con imagen positiva y que la mayoría no dudan en reputarlo como buena persona pero, que tiene una deuda en cuanto a su capacidad y deja el interrogante de si la oficina de la calle 7ª con carrera 8ª de Bogotá le queda holgada.
Vargas acudirá a su fortaleza de base que se encuentra en la inmensa cantidad de funcionarios engranados a su maquinaria, mientras Fajardo debe acudir a la opinión y al que se denomina voto indeciso, especialmente en la segunda vuelta, que es casi un hecho.
Otro hecho social es que las redes de información, mueven la opinión con verdades o verdades a medias pero a su vez, son una fuente de información que permiten conocer, la vida, obra y milagros de los que se miden electoralmente, en beneficio del elector. Por lo tanto no podemos quedarnos patinando en el coscorrón vicepresidencial, ni en los vacíos de conocimiento normativo que le han restregado al ex alcalde de Medellín.
El futuro de los próximos años de Colombia se decidirá en la inteligencia electoral de los colombianos –si tal cosa existe- y sobre todo, en exigir que sus líderes sean buenas personas, que para lo demás hay asesores.