Es de público conocimiento que Gustavo Petro acabó con Bogotá. Esto lo sabemos todos, incluidos los que van a votar por él. A pesar de su inteligencia, su elocuencia, su acertado diagnóstico de la realidad colombiana y sus pertinentes propuestas, la experiencia en Bogotá demostró que Gustavo Petro lo que toca lo destruye. Este castrochavista constituye un peligro de enormes magnitudes que debemos evitar a toda costa. A continuación les explico por qué:
El gobierno de la Bogotá Humana recibió una ciudad con un índice de pobreza multidimensional de 11,9 (2011), y la entregó con uno de 4,7; es decir, una reducción del 60.5% (Dane). No contento con disminuir estrepitosamente la pobreza multidimensional, este exguerrillero tuvo el descaro de reducir la desigualdad: recibió una ciudad con un Índice de Gini de 0,522, y la entregó con uno de 0,498.
El caradura de Gustavo Petro se atrevió a aumentar el presupuesto para educación. Bogotá pasó de invertir 2,15 billones en 2011 a 3,2 en 2015. Fue tan desastrosa su gestión en materia educativa que la Unesco la elogió: una comisión de 21 consultores de ese organismo de la ONU quedó horrorizada al evidenciar que los programas de la Bogotá Humana en dicha materia fueron “tremendamente innovadores” y constituyeron un “hito mundial”.
Pero el desastre no para allí. Gustavo Petro no tuvo ningún reparo en reducir la tasa de mortalidad infantil de Bogotá en 31,7% (pasó de 12,08 en 2011 a 8,25 en 2015). Y por si fuera poco, también redujo la desnutrición infantil, la mortalidad materna, la mortalidad perinatal y el embarazo adolescente.
La gestión de Petro espantó la inversión extranjera en Bogotá. En 2015, la capital de Colombia ocupó el quinto lugar entre las mejores ciudades de América Latina para hacer negocios, según el ranking anual de la revista América Economía.
Gustavo Petro, que todo lo quiere gratis para los pobres, y que todo lo destruye, instauró el mínimo vital de agua en Bogotá; otorgó subsidios de transporte; avanzó en el reconocimiento de los recicladores; aumentó la participación en eventos recreativos; aumentó la sintonía del Canal Capital; creó la secretaría de la Mujer y construyó seis casas refugio para la atención de mujeres víctimas de violencias; promovió la homosexualidad a través de la creación del Centro de Atención Integral a la Diversidad Sexual y de Género -el más grande de Latinoamérica-; promovió el consumo de drogas a través de los Camad, que según una investigación sociojurídica del Grupo de Derecho Público de la Universidad Libre, seccional Cúcuta, prestaron un servicio de atención primaria en salud a personas históricamente discriminadas privilegiando la dignidad humana por encima del concepto de ciudadanía; avanzó en la atención de adultos mayores y niños; mejoró monitoreos de la calidad del aire y redujo partículas contaminantes; sustituyó los vehículos de tracción animal; redujo la tasa de homicidios en un 20,5%; mejoró la cobertura de promoción y prevención en salud; cumplió con la vinculación de vendedores informales en procesos productivos, entre otros desastres.
Todas estas payasadas de Petro dejaron arruinada a Bogotá: una semana antes de entregar el cargo, una firma calificadora de riesgo -Moody’s Investors Service- confirmó las buenas calificaciones de Bogotá en sus finanzas públicas.
Y lo peor de todo fue que no robó. ¡Qué horror!