Cuando un país es incapaz de garantizar el bienestar a todos sus ciudadanos, lo lógico sería que quienes la están pasando mal, busquen emigrar hacia otras latitudes en búsqueda de oportunidades para el futuro propio y de sus familias.
Sin embargo, estoy seguro que debe ser una decisión muy difícil de tomar, además de triste. Sólo imagino cuanto desespero tiene que haber en la vida de las personas que se atreven a hacerlo.
De todas formas, la tierra que lo vio nacer y crecer a uno, amarra, y pues, Colombia es un país que enamora a pesar de contrastes. Ha sido saqueada a más no poder, pero todavía conserva una riqueza natural incomparable; ha sido manejada y maltratada al antojo e intereses de unos pocos, pero todavía con mucha gente buena, que no se ha dejado dañar el corazón de quienes por décadas nos han hecho daño a todos, llámense políticos corruptos, funcionarios públicos corruptos, delincuencia común, etc.
En lo que a mí respecta, he llegado a pensar en irme, sobre todo cuando he pasado por “desiertos” en la vida, y miro alrededor y veo que mi país, en vez de facilitarnos un camino amable para nosotros los independientes y para los colombianos luchadores en general, por el contrario, encontramos dificultades; cada vez más impuestos, decisiones arbitrarias en contra del crecimiento de los pequeños actores económicos, y la necesidad de endeudarse y pagar intereses altos, entre otros obstáculos, pero miro la situación de los otros países, y se me pasa.
Nos la ponen muy dura, pero a pesar de todo, emigrar no ha sido mi decisión hasta ahora, porque no he querido darle fuerza en mi mente, porque considero que todavía son muchos los cartuchos que hay que quemar antes de irse a empezar de ceros en un país lejano, donde, quiéralo o no, siempre sería un paria; también, porque sé que con persistencia y paciencia es como se espera el amanecer y sus bondades, y porque gracias a Dios, nunca he sido forzado a emigrar, como sí le ha tocado a millones de ciudadanos colombianos y de todo el mundo, que por razones de guerra, violencia, persecuciones, o, por no tener con que pagar la subsistencia propia y la de su familia, han tenido que emprender el éxodo.
Según los datos de Acnur, que es la agencia de la Onu para los refugiados, para fines de 2016 había 65,6 millones de desplazados en el mundo, lo que equivale más o menos a la población de Colombia, y la mitad más. Eso es mucha gente deambulando por el mundo a merced de la caridad.
Con el agravante que el mundo que nos tocó, tiende a ser no tan solidario, más bien egoísta y con flagelos como la xenofobia en crecimiento, así como en EEUU con su presidente Trump, que ahora busca a toda costa expulsar sobre todo a ilegales hispanos y musulmanes, y lo está haciendo. Humillaciones van y vienen, redadas de la policía migratoria, vida en zozobra, familias separadas, un infierno. ¿Quién hará los trabajos que hacen los latinos y que los gringos ya no quieren hacer?
El Quindío no es ajeno a las consecuencias, niños y adolescentes huérfanos de padres vivos, que han crecido en la soledad y la ansiedad porque sus padres estaban lejos trabajando. Droga, prostitución y delincuencia son comunes entre muchos de ellos, obvio, no todos. Hogares donde se aseguró el techo, la comida y el vestido, pero se perdió lo fundamental, la familia como fuente de valores. Y vea usted el desbarajuste de sociedad en la que vivimos.
Por razones como estas digo que es un mal negocio hoy en día estar lejos de su tierra, súmele a esto la grave tensión mundial en la que nos tienen envueltos unos vanidosos con sed de poder que se amenazan entre ellos para ver quién se anima a oprimir el botón.
No se vayan, quedémonos luchando por nuestros sueños en Colombia, esto se compone. Eso sí, en las próximas elecciones vote bien, pero no lo haga por nadie que huela a los mismos de siempre.