Las problemáticas internas que atraviesa Venezuela tienen alcances inimaginables. En primer lugar, su situación política, económica y social interior se ha convertido en un asunto fundamental para las agendas públicas de los países de la región; en segundo lugar, no han surgido liderazgos en la oposición que labren un mejor panorama; por último, el asunto que más preocupa, es el posible escalonamiento mundial que se gesta en ese país.
Las tres preocupaciones están conectadas. Ha corrido mucha tinta sobre la crisis migratoria de venezolanos y los desafíos internos que esto supone para los países receptores, ya que un asunto de un Estado ajeno se traduce en la formulación de políticas internas urgentes, que de no ejecutarse pueden afectar al país receptor en asuntos que van desde la salud pública hasta la seguridad.
La falta de un liderazgo, en una oposición venezolana desgastada, no alienta en absoluto a los Estados de la región que han tenido que lidiar con el asunto Maduro. Por lo tanto, una solución endógena está a kilómetros de ser una alternativa viable, porque además de ser débil, el régimen de oposición es más ficticio que real, y ni pensar en una intervención política o militar externa.
Lo cierto es que los países y las personas afectadas por los fenómenos subyacentes del régimen de Nicolás Maduro están hastiados, por eso, para muchas personas es muy fácil opinar que con una intervención militar de Estados Unidos se acaba el problema y se le evita el sufrimiento a los venezolanos y el dolor de cabeza a los países de la región.
Lastimosamente, para decepción del lector, la posición geopolítica de Venezuela la blinda de cualquier ataque exterior. Y este país, en apariencia tan insignificante para el mundo, puede ser el caldo de cultivo para un nuevo enfrentamiento internacional, de la talla de la Guerra Fría, esa que tanto daño hizo y de la que el mundo no se ha recuperado.
Así las cosas, la comunidad internacional tiene que pisar blando en lo que respecta a Venezuela, ya que el problema no es Maduro, los verdaderos protagonistas del riesgo que representa ese país para el mundo son Vladímir Putin y Donald Trump. Para Rusia Venezuela es la Ucrania de América Latina.
El meollo del asunto se remonta a febrero 1990, cuando EE.UU negoció con los soviéticos la unificación de Alemania a cambio de la no expansión de la OTAN, los soviéticos accedieron y adicionalmente disolvieron el Pacto de Varsovia. Sin embargo, años después, disuelta la URSS y finalizada la Guerra Fría, EE.UU incumple lo negociado, invitando a antiguos países del Pacto de Varsovia para adherirse a la OTAN. La OTAN tenía 16 países miembros al momento de la negociación, hoy en día son 29.
Venezuela es el medio que tiene Rusia para manifestarle a EE.UU que no ha olvidado el incumplimiento de dicha negociación, y que así como EE.UU pretende rodear a Rusia seduciendo a Ucrania para sumarse a la OTAN, Rusia también tiene el poder para acercarse al país norteamericano. Esto lo dejó claro con el arribo de dos bombarderos de Moscú a Venezuela y la aprobación de dos misiles supersónicos para este año, así “armó nuclearmente el patio trasero de EE.UU”.
Por lo tanto una intervención internacional en Venezuela es delicada, ya que hay intereses de otras potencias que hacen contención a EE.UU, por ejemplo intereses comerciales con China, y con base en el petróleo con Turquía e Irán. Tocar Venezuela, es, de alguna manera, tocar intereses comunistas y enfrentarlos a la desgastada hegemonía de Estados Unidos.