No hace falta imaginar novelas distópicas como 1984de George Orwell o Un Mundo Feliz de Aldous Huxleypara tomar consciencia de lo que sucede cuando un gobierno reposa en alguno de los extremos y las sociedades se dejan seducir por su retórica ideológica. Para ser testigos de las consecuencias a las que los populismos, ya sean de izquierda o de derecha conllevan, basta con abrir la prensa, consultar las noticias en televisión, o en algunos casos, asomarse por la ventana.
Si por causalidad aún no se ha convencido de la reconfiguración que estos pueden implicar para la democracia, remóntese a la historia cercana de Latinoamérica en el Siglo XX; piense en Chile, Nicaragua, Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia,México, a decir verdad, en todo el continente; medite un segundo sobre los padecimientos de esas sociedades bajo los regímenes populistas a los que se vieron o se están viendo sometidas.
¿El panorama no fue demasiado alentador, verdad? La noticia es que algunos audaces políticos del Siglo XXI detectaron terreno fértil para sembrar una nueva ola de discursos ideologizantes. Fascistas o zurdos, cualquiera que sea su inclinación el continente ya está avisado, las alarmas están encendidas.
Lo paradójico, es que la retórica caudillista suena como canto de sirena, envuelve, convence y engancha, se escucha tan dulce que desdibuja el peligro que lleva implícito. Esos personajes demagogos conocen de la mentalidad mesiánica de las masas, de ese pueblo que está a la espera de su salvador y redentor; saben bien de las problemáticas y desafíos que cada territorio enfrenta, y haciendo uso de ello llegan para difundir sus discursos políticos emocionales, moralistas y maniqueos, que los presentan como los salvadores del mundo.
Es difícil no caer en esa lógica si se está pasando por momentos de extrema necesidad, de desesperación, violencia y desorden; entrar en ese juego se presenta ante algunos como la salida más obvia para solucionar los conflictos que les aquejan.
La falta de educación y de memoria, males que lastimosamente la gran mayoría de habitantes de los países latinoamericanos padecen son, en parte, los culpables de la miopía en el discernimiento frente a esta situación.
Hoy en día, las grandes olas migratorias, la agonía del liberalismo económico, la inseguridad pública, la desigualdad económica, los niveles de pobreza, la corrupción, etcétera, son el caldo de cultivo para la consolidación de líderes con proyectos aparentemente nobles ¿pero quién dijo que eran problemáticas nuevas? En realidad son situaciones que tradicionalmente han estado en la agenda pública, simplemente están maquilladas a la medida y conveniencia para justificar la promoción de los diferentes extremos.
Algunos de derecha promueven la xenofobia, y otros de izquierda, el asistencialismo; estas son sólo algunas de las excusas que utilizan como móvil para legitimarse y no son más que el argumento para la búsqueda del poder por cualquier medio posible.
Es la más visible mecánica de amigo-enemigo, propia de la teoría política de Carl Schmitt, aprovechada y utilizada por líderes populistas para perpetuarse. El dilema está en que aquella inconformidad social que dicen atacar es la que perpetúan en el tiempo, porque sin un enemigo extranjero, sin un enemigo “hambre”, sin un enemigo oligarca, se agota el discurso y quedan las manos atadas para polarizar, para atacar al enemigo en común. Este actuar lleva inevitablemente a la conclusión de que el único objetivo del líder populista no es otro que el poder; objetivo que desvirtúa el principio fundamental de la acción política que es la procura del bien común.
no se trata de hablar sobre la bondad o maldad de las tendencias populistas, estas no son ni buenas ni malas en sí mismas, lo que califica su puesta en escena en el panorama regional, y por ende, mundial, son los efectos que resultan de sus acciones.
A estas alturas, y con los avances tecnológicos y garantistas que caracterizan a este siglo, la sociedad debería observar la realidad tal como se presenta para discernir sin miopía política en un asunto que para muchos es indiferente pero salpica a todos, sin excepción.
Es hora de entender que el discurso de derechas o izquierdas se está agotado, está agonizando, que ahora se abren las puertas a nuevas tendencias que ayuden a evitar las expresiones maximalistas y excluyentes de los bloques de poder, aquellas que tanto daño le hacen a la democracia.
cuando se trata de democracia, de política y de participación en las cuestiones públicas, lo primero que hay que tener presente es el largo historial de abusos de poder que se han hecho en nombre de ideologías y doctrinas.
Por lo tanto, un gobierno se juzga por sus actos, por el resultado de sus decisiones, de nada sirve implantar un excelente modelo teórico que encasille a la sociedad en un bando u otro si la realidad no coincide estrictamente con la ideología. Tenga claro, siempre, lo delicado que es encasillarse si se está en descontexto con la realidad.