Es bueno que aún tengamos la capacidad de asombrarnos y escandalizarnos por los recientemente destapados focos de corrupción en las instituciones colombianas. Muy malo que veamos las ramas y olvidemos al árbol. Y es que limitarnos a señalar a unos cuantos culpables es distraer la atención de lo que realmente importa: las causas de la corrupción. Causas que muy seguramente nos han tocado a todos en mayor o menor medida, por acción o por omisión. Jesús nos vuelve a decir cada que levantamos el dedo acusador: “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Volver la vista a la educación, equivale a buscar en la raíz del árbol la causa de su enfermedad. Se trata de una educación que privilegia el paradigma del conocimiento sobre aquello para lo que fundamentalmente debería servir. En otras palabras, al salir de la academia sabemos muchas cosas, menos las que son importantes para una vida feliz y digna: amar, convivir, sobrevivir. El funcionario público que alcanzó la cima de su carrera, pero la deshonró vendiendo su conciencia, obtuvo los conocimientos específicos de su profesión para coronar su escalafón. Pero no aprendió a amar, ni a convivir, ni a sobrevivir, porque no se lo enseñaron la academia, ni la vida, ni el hogar en que nació. Su caída implica, por lo demás, una especie de muerte social, política, profesional, personal y familiar, con todo y la pérdida de la libertad por unos largos años. Recientemente leí en las redes sociales las reflexiones del padre Rafael de Brigard sobre “La mujer del corrupto”. En resumen, endilga responsabilidad a la mujer por las acciones torcidas de su marido. Y, bueno, en lo poco que hemos aprendido sobre el amor y la convivencia, debemos convenir que el efecto de nuestras acciones irradia a todos los que nos rodean. Lo enseña gráficamente el magistrado Jorge Pretelt cuando amenaza con “prender el ventilador” refiriéndose a la posibilidad de denunciar a sus cómplices y a los demás magistrados corruptos. Lo que no sabía es que ese ventilador se encendió cuando tomó la primera decisión equivocada, y que además de afectar gravemente a sus familiares y amigos, cubrió de vergüenza e indignación a todo el país. Pero si hay que encontrar un culpable, éste se llama el establishment, diseñado como una maquinaria política y económica para perpetuar el statu quo y que arranca desde la escuela elemental que no enseña a pensar sino a memorizar, que estimula el crecimiento individual mediante la competencia mas no una formación en valores y principios, consecuente con la permanencia de la vida en el planeta. Así, tenemos once estrellas, pero un pobre equipo de fútbol. Un país rico en recursos naturales, pero desangrado por la corrupción pública y privada; desangrado también por una guerra secular que comienza a ver el fin de las hostilidades, pero no el fin de la inequidad y la miseria. Mientras unos duermen en el Congreso, otros buscan solucionar los problemas creando leyes punitivas, o aumentando las penas, como si no supieran que en las cárceles ya no caben más presos. En cuanto a los problemas de la educación, creen haberlos solucionado acallando a los maestros. El árbol seguirá dando malos frutos. Y tal vez a ningún candidato se le haya ocurrido hurgar en sus raíces.