Como si fueran fantasmas escapados de una de las versiones más electrizantes y estúpidas de este thriller de Hollywood, algunos motociclistas suicidas irrumpen con insólita estridencia en las principales calles de la que antes fuera la apacible Villa del cacique. Casi todas las noches, y a veces hasta tempranas horas de la madrugada, el ruido ensordecedor de estas máquinas modernas nos deja “pegados del techo”, como diría la tía del almacén de la esquina. Habría que ver si han sido alterados los mecanismos para silenciar los motores, o si el sólo exceso de velocidad produce esta agresión contra la tranquilidad ciudadana que el nuevo Código nacional de policía y convivencia olvidó contemplar, seguramente por considerar que se trata de transgresiones a las normas de tránsito. Da lo mismo. En todo caso, la competencia para ejercer el control y sancionar estas faltas, corresponde a la Policía y a la Administración municipal. Ignoro si los ciudadanos afectados han elevado sus quejas a las autoridades municipales, o se llenaron de paciencia y tolerancia y resolvieron guardar silencio. El mismo silencio al que nos obliga el miedo desde tiempos lejanos. Además, un grupo numeroso de estos jóvenes temerarios suele reunirse en la recta del kilómetro 2 de la variante, vía Calarcá – Chagualá, a realizar competencias (popularmente conocidas como “piques”). Así las cosas, hay que recordar que el ruido es uno de los factores más contaminantes, por su incidencia en la generación de estrés y, consecuentemente, productor de numerosas patologías que ya son endémicas en nuestro país. Pero también la velocidad que imprimen a sus motos estos chapulines con ínfulas de Supermán, incide directamente en el índice de mortalidad por accidentes de tránsito. Valga la oportunidad para señalar que lo concerniente a la convivencia (en todas sus manifestaciones), debería estar incluido en el pensum académico de todas las instituciones educativas, para que, algún día, podamos entender claramente de qué se trata, cuáles son sus reglas y cuáles las consecuencias de su inobservancia. Que se hable del respeto y la consideración por nuestros semejantes y por los seres vivos; por el entorno, por el planeta; que se entienda que nuestros derechos terminan donde comienzan los derechos de los demás. “Si corriges al niño no tendrás que castigar al adulto”, reza un letrero de bienvenida en la Penitenciaría de peñas blancas. Es hora de que alguien le exija a la alcaldesa y al comandante de policía, que hagan respetar esas leyes que un día juraron cumplir y hacer cumplir. Quién quita que de vez en cuando salven una vida, en lugar de quitarla, en cumplimiento de su deber.