“…un consumado lector, y un escritor que incursionaba en la poesía, al lado de los grandes del nadaísmo…”
Fui alumno de Humberto de la Calle, cuando terminaba mis estudios de Derecho en la Universidad de Caldas (Manizales, 1973). En ese entonces se le había asignado la cátedra de Derecho penal especial. Pese a que sólo contaba con 27 años de edad, y cinco años de experiencia como abogado, mostró sus dotes de docente por la claridad y seguridad en sus exposiciones, el brillo de su voz, la confianza que inspiraba, por su calidez y amabilidad en el trato, y porque era uno de los pocos profesores que no pretendía “rajar” a nadie, como se estila aún en muchos claustros universitarios. En las evaluaciones semestrales, supimos que nos exigía pensar, más que memorizar, rompiendo así con todos los esquemas a los que nos habíamos acostumbrado, cuando nos tatuamos vanamente en el corazón esta frase draconiana: “dura es la ley, pero es la ley”. Carismático como era, le precedía la fama de haber sido un buen estudiante, un consumado lector y un escritor que incursionaba en la poesía, al lado de los grandes del nadaísmo, como Gonzalo Arango y Jota Mario Arbeláez. El joven intelectual -se rumoraba- era proclive al cuestionamiento del establecimiento en materia política, y estaba influenciado, como era apenas lógico, por los revolucionarios sucesos de la primavera del 68 en Francia. Era, pues, uno de esos profesores que uno recuerda con afecto, admiración y respeto, porque se lo había ganado. Lo demás, fue seguir, a distancia, su exitosa trayectoria profesional y política en la capital. Siendo ministro de gobierno del presidente Gaviria, ejerció un papel protagónico en la constituyente del 91, que significó un paso importante en el fortalecimiento de las instituciones democráticas, y el reconocimiento de derechos, libertades y garantías sociales. Fue, además, Registrador nacional del estado civil (1982) Magistrado de la sala Penal de la Corte Suprema de Justicia (1986), Ministro de Gobierno (1990). Fórmula presidencial en la campaña de Ernesto Samper, se desempeñó en la vicepresidencia de la república durante los dos primeros años; mas, cuando se dio inicio al proceso 8.000, el vicepresidente no tuvo más remedio que hacer “mutis por el foro” del escenario presidencial y aceptó en su lugar una embajada en España, hecho que le atrajo la desaprobación de tirios y troyanos, pero que, en perspectiva, constituyó una verdadera salida “diplomática”. Posteriormente fue designado embajador de Colombia ante la OEA. Por último, es llamado por el presidente Santos a dirigir la comisión de negociaciones del proceso de paz en la Habana, en 2012, proceso que como todos saben, llevó a feliz término luego de sortear toda clase de dificultades, dando muestras de la madurez, inteligencia y perseverancia, que debe tener un verdadero estadista. Ahora es candidato a la presidencia por el partido liberal. Como tal, aspira a seguir jugándosela por consolidar la paz. Todos sabemos que el proceso de paz no es un producto terminado; que requiere de un proceso de implementación más complejo, sin duda, que las mismas negociaciones, y que tiene aún demasiados detractores y poderosos enemigos. Le auguro al Doctor De la Calle Lombana, toda la suerte y el éxito en su campaña. Colombia lo necesita. Su voz es la de la esperanza. Ojalá así lo entiendan los que dicen la última palabra: los electores.