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La fiesta brava: un vestigio de la barbarie

1 enero 2018 9:43 am
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Solía caminar temprano en las mañanas, acompañado de mis perros Chester y Pola, por la carretera que de La Rochela conduce a Quebrada Negra. Se trata de una pareja de Setter irlandeses, ya entrados en años y en nobleza. Un día cualquiera avistamos un cachorro abandonado y enfermo en mitad de la carretera; Chester se adelantó al trote y se dirigió hacia donde estaba el animalito. Yo lo seguí rápidamente, sospechando de las intenciones de mi perro; pero Chester lo levantó con el hocico y comenzó a empujarlo hacia la orilla de la carretera, hasta ponerlo a salvo de los carros y las motos que por allí transitan.

Recientemente han circulado en las redes sociales, videos que dan cuenta de extraordinarios actos de valor y solidaridad por parte de animales domésticos y salvajes, no siempre de su misma especie: en altamar, un delfín salva a un perro que ha caído de un barco. En una casa campestre, en cualquier lugar de los Estados Unidos, una señora tenía por mascota a un cerdito. Cualquier día la señora sufrió un accidente cerebro vascular y el cerdito se plantó en mitad de una carretera cercana hasta que consiguió llamar la atención de un conductor que lo siguió hasta el sitio en donde yacía sin sentido la dueña, y pudieron salvarle la vida. En el Parque nacional de Serengueti, en África Oriental, un hipopótamo ataca a un cocodrilo que tiene entre sus fauces a un ñu azul.

Hoy en día, los taurófilos sostienen que los toros de lidia no sienten, ni piensan: “el noble bruto” le llaman al ejemplar que ha proporcionado una buena faena, que casi siempre le cuesta la vida. Dicen además que las súper endorfinas que produce el animal, hace que se convierta su dolor en placer. Su mejor argumento es que se trata de una tradición de cuatro mil años, que se ha convertido en un asunto cultural de los pocos países que han adoptado la fiesta brava como propia; son ocho en total: Portugal, Colombia, México, Ecuador, Perú, Venezuela, Francia y por supuesto España, a donde fue llevada por los invasores romanos. Y ese asunto “cultural” ha servido como argumento de las altas Cortes para establecer su pertinencia.

Lo que no parecen entender es que la tauromaquia es un vestigio de una de las civilizaciones más crueles de la historia, la desaparecida civilización romana, que ofrecía a la plebe el sangriento espectáculo de matar animales. Hoy en día es la fiesta de unas élites sociales, dados los altos costos de la boletería. Pero es, ante todo, un negocio, y como tal es defendido, aunque con pobres argumentos, por quienes lo ejercen. En Colombia, desde hace más de una década, se ha comenzado a tomar conciencia de los derechos de los animales. La legislación aún no es suficiente, pero las frecuentes manifestaciones públicas en contra de las corridas de toros, reclaman una mayor atención del gobierno. Es preciso combatir la crueldad con los animales en todos los ámbitos y aspectos, llámense riñas de gallos, rejoneo, coleo, corridas de toros, peleas de perros adiestrados, etc. Se trata de un imperativo ético de la humanidad.

 

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