Política y politiquería

8 enero 2018 7:01 am

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“No diremos de aquel a quien no interesa la política, que es asunto suyo. Diremos que no tiene nada que hacer entre nosotros”.

 

Los griegos inventaron el mundo, al menos el mundo occidental. Nunca fueron grandes políticos, ni crearon militarmente imperio durable alguno, y es seguro que su espíritu crítico contribuyó a su fragmentación política en un puñado de pequeños estados. Pero dieron a la palabra “Política” (del griego polis que significa ciudad), un sentido casi sagrado que siguió iluminando al resto de la humanidad a través de los siglos. También deriva de ella la palabra “politeia” que significa teoría de la ciudad. En una de las “SÁTIRAS” del poeta Décimus Iunius Juvenalis, conocido en español como Juvenal, se dice: “No diremos de aquel a quien no interesa la política, que es asunto suyo. Diremos que no tiene nada que hacer entre nosotros”. En ese sentido, habría de entenderse que, si vivo en una ciudad, todo lo que en ella se piensa, se dice o se hace debe importarme, pues de cualquier modo me afecta. Era simple: los griegos no tuvieron un Estado; era un territorio, reitero, dividido en pequeños reinos o ciudades, cada uno con su propio gobernante. Pero esa situación los hizo vulnerables frente al resto del mundo que los veía como una fácil presa de la rapacidad imperante en el resto del mundo: Aqueos, Jonios y eolios invadieron la parte continental de Grecia. Los indo-europeos se impusieron por su poderío militar. El más tozudo contrincante resultó ser el imperio otomano que terminó por apoderarse de más del treinta y cinco por ciento de su territorio, comenzando con la guerra de los treinta días en 1897, la guerra greco-turca entre 1929 – 1922, seguida de la guerra turco–griega en 1974, y finalizando con escaramuzas zanjadas diplomáticamente, que van desde las postrimerías del siglo XX, hasta nuestros días. “Pero ese espíritu crítico los llevó a la observación de la vida, el mundo y el hombre para preguntarse: ¿Cuál es el origen de los seres? La respuesta que obtuvieron no apuntaba a la Nada, ni a un Dios creador, sino a un espacio abierto, que llamaban caos, materia informe, a la espera de ser organizada…”. “…Aquí se encuentran las raíces del mito, como tentativa de penetrar, por medio de la imaginación, en lo que no se explica de otra manera: el misterio de la existencia” (1). Ese aporte fue inconmensurable, pues ligó indisolublemente la política a la educación (paideia) y a la filosofía, sin las que no puede concebirse la ordenación del Caos, o la creación de cualquier civilización. Por tal concepción, digamos que la política tiene la misión de consagrarse al interés general y de servicio a los demás (¿gobernados?). Sin embargo, muchos siglos pasaron antes de que la humanidad (¿el pueblo?) comenzara a cuestionarse si la esclavitud y la sumisión laboral a que era sometida, a cambio de una miserable e indigna subsistencia, eran designios de la Providencia, o si obedecía a los caprichos de los que detentaban el poder económico. Ese cuestionamiento, puede haber guardado alguna relación con el establecimiento de la EDUCACIÓN PÚBLICA, OBLIGATORIA Y GRATUITA, durante la época del DESPOTISMO ILUSTRADO, que nace en la segunda mitad del siglo XVIII, en el marco de las monarquías absolutas imperantes en Europa (Austria, Francia, Rusia Y Prusia). Contradictoria manifestación de la historia: La monarquía sembró las semillas de su propia destrucción, con la adopción de las ideas de LA ILUSTRACIÓN, el progreso y la felicidad de sus súbditos, y demás reformas que privilegiaron el mejoramiento del nivel cultural y de la educación. ¿Que viva la historia!

 

 

(1) MITOLOGÍA. Abril S. A. Cultural e industrial. Editor Víctor Civita. 1973. Volumen I

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