OH..MI PAÍS

14 mayo 2020 11:15 pm

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Por Rogelio Guevara Villamil

Con estas palabras comienza un hermoso bambuco del maestro Guillermo Calderón; pero no me voy a referir a la canción, sino a mi país. Mi amado país que sigue en manos de unos pocos que a punta de mentiras lo manejan a su antojo. Dicen que el pueblo merece los gobernantes que tiene. Frente a la pandemia del coronavirus el cierre del aeropuerto El Dorado se dilató por defender los intereses de una aerolínea para salir a decir después que por ahí no entró el virus. Y es que el gobierno actúa al parecer con efecto retardado porque cuando el virus tiene prácticamente invadido El Amazonas llega la orden presidencial de militarizar, de taponar las fronteras con Perú y Brasil. El número de muertos aumenta cada día porque Leticia tiene un hospital que no funciona, pero están estudiando la posibilidad de prestarle ochocientos millones de dólares a Avianca, empresa que paga impuestos en Panamá.

La realidad es que la clase dominante ha montado unos clanes para repartirse el poder período tras período y de esa manera someter a un pueblo cuyo problema es de estómago y que se deja deslumbrar por un tamal y un billete para que la cosa siga no igual sino empeorando, de ahí que la brecha cada vez se expande más, reafirmando lo que tanto se ha dicho: “cada día los ricos son más ricos y los pobres más pobres”. Desde la masacre de las bananeras ( que según una h.p.- honorable parlamentaria- fue un invento de García Márquez) hasta nuestros días, los colombianos hemos sido víctimas de la explotación por parte de compañías extranjeras tanto del suelo como de mano de obra.

Con la United fruit Company se inicia ese período vergonzoso de entrega del país y humillante sometimiento de los trabajadores nacionales; gran parte de la obra literaria de nuestro nobel relata los atropellos que allí suceden. Pero si en el caribe llueve, en Boyacá no escampa. Fernando Soto Aparicio en una novela corta “La rebelión de las ratas”, pone al descubierto otra serie de tropelías y vejámenes por parte de una compañía extranjera que había adquirido el derecho de la explotación minera. Actualmente para producir toneladas de carbón el cerrejón consume miles de litros de agua mientras los niños Wayúu mueren de sed y por las enfermedades que produce la contaminación sin que haya acciones reales que demuestren la preocupación del gobierno por la población afectada.

Y ahora menos cuando la atención está centrada en combatir el covid 19 y todo lo que hasta hace dos meses era prioritario pasó a segundo plano. Esta emergencia nos ha puesto de nuevo ante los ojos de todos como el país más corrupto del mundo; no hay derecho que funcionarios, llámense gobernadores o alcaldes se roben, porque no se le puede llamar de otra manera, la comida de los que están con hambre. Ya se han abierto investigaciones “exhaustivas” y el fiscal ha dicho: “funcionario que se robe los recursos saldrá de la vida pública” ¿Será verdad tanta belleza? Me vienen a la mente las palabras de un presidente hace unos años: “hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”

Este año el congreso de la república sólo ha “trabajado” de manera virtual y como se contempló la posibilidad de asistir al recinto un acucioso servidor de esa corporación cotizó diez mil tapabocas para los honorables congresistas; esto sucede en un país donde el personal médico no tiene los implementos necesarios para protegerse y algunos han muerto en el noble cumplimiento de su deber. Por fortuna se les cayó el torcido.

Volviendo a lo que mencionamos al comienzo: mi país. Un pueblo adormilado, conformista, que desconoce su propia realidad, que vive seducido por unos medios de comunicación que lo alienan de tal manera que se paraliza ante un partido de fútbol (dejo constancia de que me gusta el fútbol, pero lejos del fanatismo) y duele más una derrota de la selección Colombia que una masacre de campesinos.

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