Las cosas que pasan
Con algo más de sesenta años, gordo por no decir obeso, con la azúcar en la sangre al límite para ser diabético, me levante esta mañana para ir a reclamar, como cada mes, en uno de los puntos farmacéuticos de la E.P.S. los medicamentos de control. Llegue como faltando 20 para la siete y ya habían más de diez personas haciendo cola, me atendieron como a eso de las ocho y treinta y cinco, y la cola tenía más de dos cuadras y media de extensión. Las personas guardaban más o menos la distancia entre casi un metro y los dos metros, y cuando se dormían sobrepasaba la medida de los tres o cuatro metros. Todos teníamos el tapaboca que es la moda en esta época. La mayoría con el ceño fruncido, como si no fuéramos quindianos y con un celular en la mano para entretenernos y no sentir pasar tan lento el tiempo y encalambrarse las rodillas. Al cabo de muchos minutos mirábamos al vecino de cola y le preguntamos con timidez cosas referentes a la cola y desde qué horas llegó y si nos demoraríamos mucho más. Y la cola seguía creciendo.
Desde mi sitio en la cola observo como se mueve la ciudad en estos momentos de pandemia, en un principio se ven personas trotando o en bicicleta, después cada quince o veinte minutos de carros. Llegan los aseadores de las calles de las empresas públicas y el carro de la basura con sus cuadrillas. Más arriba un supermercado y otra vez las colas o filas para poder ingresar, y más puntos de E.P.S. y más supermercados, se movilizan los trabajadores domésticos, los de las cafeterías que están abiertas, y los buses que pasan medio llenos llevando a los trabajadores, a los usuarios de las EPS, a los mercaderes, se ven algunos taxistas rebuscándose la carrera de lo que dejen los del bus, transitan sin mucho afán las motociclista que llevan domicilios y otros que van a trabajar en construcción, en jardinería, a coger café, deambulan habitantes de la calle y en fin todo vago que se atreve a desafiar las medidas del gobierno.
Camino hacia mí casa, es decir hacia mi lugar de aislamiento, de confinamiento, observo en otro sector, en la placita de mercado, que se encuentran abiertos los puesto de frutas y verduras y otra serie de pequeños negocios que se ubican alrededor como restaurantes, cafeterías, talleres de mecánica y en este entorno una gran cantidad de personas que van buscando la oportunidad de reactivar su economía. Más adelante en los intramuros se ven más negocios abiertos, más personas realizando sus actividades y por ende más transeúntes, más vehículos particulares, más taxis, más motocicletas, más bicicletas. Parece que el número de personas que confluyen en las calles fuera mayor al permitido por el pico y cédula.
Veo a una ciudad que se quiere sacudir y que a gritos está pidiendo a sus gobernantes que le permita bajo las normas, con una organización que dignifique el arte de gobernar administrando con sabiduría y lógica como lo requieren las emergencias, recuperar en parte su vitalidad.
Las cosas que veo desde la cola y en mi retorno a casa, me traen a la memoria la canción de Piero, las cosas que pasan, mientras veo a mi Armenia pasar y pasar.