¿Es usted el recluta de un candidato? En estas fechas preelectorales dicha pregunta acerca de enganchar ayudas personales y financieras para la campaña de un aspirante es muy conocida y frecuente.
En el sistema político colombiano actual (y creo que por muchos años más) el reclutamiento de los candidatos se hace primero entre su familia y los más allegados, luego los más amigos y familiares cercanos, enseguida los amigos de los amigos y en fin todos aquellos que se convencen de que el candidato les va a ofrecer por lo menos un empleo de corto o largo plazo. Los más interesados, que los hay, persiguen un fin superior como un contrato de obras públicas u otro similar como alimentar a los escolares que origine un formidable lucro económico.
Los hay reclutadores más exigentes y otros menos: los primeros piden a sus reclutas que les lleven un promedio de 20/30 personas a las manifestaciones y lo mismo a las urnas en el día de las elecciones, y además un porcentaje de su sueldo si es nombrado en un cargo. Los menos exigentes no existen. Pero, del otro lado, hay también los reclutas exigentes que no dan un paso adelante en su ayuda sino reciben la teja de eternit, los bultos de cemento, el tamal o los billetes ofrecidos. Son una clase de pragmáticos sin partido y simuladores que cambian de bando cuando la oferta es mejor.
Los reclutas que acatan estas condiciones quedan por un tiempo rehenes de los candidatos mientras estos se posesionan y se deciden a cumplir este tipo de promesas. Viven como pueden. Si no se produce la elección, tales reclutas quedan en el aire y con disposición a residir en otras toldas que les favorezcan mejor sus inquietudes.
La contraprestación del candidato reclutador está compuesta por la promesa: el candidato promete cumplir las expectativas de esa ayuda. Si es elegido y las cumple, tendrá asegurada la lealtad de su recluta por mucho tiempo. Si no las cumple, entonces el recluta deserta, se va a otra parte, y se toma un tiempo para renegar de los políticos y de la política.
En una gran cantidad de casos los reclutas no son tomados en cuenta posteriormente y solo sirven de carne de cañón para producir unos votos el día de las elecciones. Miles de personas quedan en el limbo después de las elecciones, con propensión a renegar fatalmente de la política y empezar a diseñar sus propias estrategias de rebusque.
El proceso de selección y aceptación de los reclutas y solicitantes de empleo, dice Paul Collier, “no puede ser estricto” dado que está guiado “por la cantidad y no por la calidad de los aspirantes”*. El próximo 11 de marzo veremos una multitud de rebuscadores rondando los directorios en busca de un reclutador generoso que les compense un poco sus descontentos con la vida, les robustezca su desempleo y les ofrezca esa mínima (y engañosa) posibilidad de influir en las elecciones.
De todos modos es una costumbre nacional, creada por el pernicioso sistema político existente y que parece difícil de desarraigar mientras la democracia adulterina que tenemos no sea removida desde sus grietas.
*Collier, Paul. The Bottom Billion: Why the Poorest Countries Are Failing and What Can Be Done About It. Oxford: Oxford University Press, 2007.