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Las necesidades como cosas

30 abril 2018 2:18 am
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Hace años no me tropezaba con la palabra cosificación. En mis recuerdos sartreanos ese calificativo nos había servido para entrar en contacto con el materialismo de entonces y hallar algún significado a la rebeldía que teníamos en mente.

En los últimos años el filósofo Bauman viene diciendo que la vida no es una cosa sólida, coagulada, sin matices. La vida es líquida, todo nuestro discurrir se nos escapa entre los dedos; no logramos asir la realidad, no agarramos sino trozos de lo cotidiano. No hay opiniones, todas se dispersan tan pronto como las hemos expresado. No hay creencias, ellas son mutantes, se escapan a la posibilidad de conservarlas un tiempo, y menos aún refrigerarlas.

Ha pasado el tiempo de mi juventud y de repente encuentro que la cosificación está viva todavía. La cosa, cosificar, la cosificación: eso es materializar la vida, permitir que aun los conceptos más abstractos se puedan tocar como un objeto material, como acariciar una piedra o una tabla. Muy ilusamente, pensaba que nunca podría ver algún ejemplo vivo de esa interesante temática.

Y de repente empiezo a caer en cuenta que vivo en Colombia donde la salud es una cosa, la educación es otra cosa, y el agua es una cosa con la que se puede especular sin vergüenza dentro del sistema político. El agua no es un servicio público que el Estado proporciona a sus ciudadanos a cambio de los impuestos que pagamos, sino una empresa se servicios públicos que trata el agua, manejada por corruptos que usan la necesidad de las personas para traficar con ellas. Y si seguimos con los ejemplos, será de nunca acabar: una sentencia, un memorial, una carretera, una medicina, una licencia, el pase o un impuesto gravoso: cosas que se pueden negociar.

Cuando las necesidades humanas se cosifican para que los corruptos las comercialicen, pagando favores y cobrando comisiones por ello, estamos llegando a lo más hondo de la deshumanización. El hombre no cuenta y sus necesidades son objetos de comercio. Si así estamos, el daño será irreversible y el cambio de mentalidad solo podría transcurrir al cabo de tres o cuatro generaciones. Pobre país.

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