Cristo no escribió nunca sus discursos. En un pueblo de imaginación poderosa, que había producido el Cantar de los Cantares, su palabra ilumina a quien sufre en la oscuridad y restituye la felicidad de los espíritus, con el estilo más humilde y poético: “Bienaventurados los que sufren, pues éllos serán consolados, bienaventurados seréis cuando os odian los hombres y cuando os excomulguen e insulten y poscriban vuestro nombre como perverso a causa del hijo del hombre. Alegráos en este día y regocijáos porque he aquí que mucha es vuestra recompensa en el cielo… Porque lo mismo hacían los padres de éllos a los profetas. ΄Ay de los que ahora reís, porque os afligiréis y lloraréis. “veis como no adelantaremos nada?, decían sus enemigos. “Todo el mundo se va en pos de él, jamás hombre ninguno ha hablado como ESTE”. Repetían los emisarios de los fariseos.
Cristo orador habla con autoridad maravillosa.
No retira una sola palabra, ni se ve obligado a desdecirse.En otro, aunque sea legado suyo, sería improcedente. En él fascina y encanta. Sus afirmaciones son rotundas. No tiene reparo en contraponer su sentencia con lo hasta entonces enseñado. En el sermón de la montaña se coordinan frases como éstas: “Habéis oido… yo os digo”.
Jesús tiene momentos de gran vehemencia, cuando fulmina su palabra condenatoria contra la altivez espiritual de los fariseos y de vosotros, fariseos…, necios, ciegos, sepulcros blanqueados.
Es frecuente leer en los evangelios, al final de una controversia: Todos los adversarios se avergonzaron, más el pueblo se gozaba. Y no podían responder a sus preguntas. No pudieron cogerle en una palabra delante del pueblo.
La obra de su apostolado fue pública. Hablaba en las plazas, a orilla de los lagos, en las sinagogas y en el medio de la gente. Que paz y que majestad en las conversaciones con los apóstoles en asuntos dotrinarios… Las turbas le seguían. Se lanzaba sobre El para escucharle. En Cafernaum le piden que no se marche. Corre su fama por toda Palestina. Ya no puede entrar en los poblados. Se retira a los campos, al monte, al desierto. Y allí fluye la muchedumbre, en parte atraida por los milagros, en parte por el misterioso poder de su palabra. Auditorios de 5.000 personas, sin contar los niños y mujeres.
Se admiraba el pueblo de su dotrina, porque daba ejemplo de santidad.
Jesús hablaba con elocuencia elemental. Todos lo entendían. Comprendían y se emocionaban con sus sabias enseñanzas.
Todos los que le escuchan mejoran en sus comportamientos y sus consejos se convierten en hechos. Jamás había sucedido algo semejante. Todo era extraordinario.